martes, 4 de julio de 2017
“MAGO ITALIANO” CON LA FILARMÓNICA…
Al día siguiente de la deslumbrante presentación del contratenor Philippe Jaroussky junto al formidable Le Concert de La Loge en el Municipal de Santiago, no era forzosamente motivante retornar al decano coliseo artístico nacional para el quinto concierto de abono de la Filarmónica de Santiago…
Sin embargo, igualmente era interesante ver a dos artistas de trayectoria junto a una orquesta nacional, por más que no necesariamente se tratara de un programa ciento por ciento imperdible… Felizmente, con creces, las expectativas se vieron sobrepasadas, constituyendo uno de los conciertos más vibrantes en lo transcurrido del año…
Es menester señalar que, desde el brutal desmantelamiento en dos tercios de la Filarmónica en el año 2006, las temporadas de conciertos han ostentado un mediocre nivel promedio… , al no convocar mayormente a directores de relevantes trayectorias, acrecentado con excesivas rotaciones de músicos que por años no favorecieron disponer de un conjunto idealmente cohesionado y de la magnífica calidad de sonido respecto antaño… , situación, en todo caso, de la que se aprecian favorables progresos, no obstante aún con camino por recorrer…
En este contexto llega un verdadero “mago” desde Italia… , el prestigioso maestro Attilio Cremonesi, especialista principalmente en repertorios barroco, clásico, como romántico temprano. De esta forma, fue un acierto de la Dirección Artística del Municipal haber invitado a un maestro de este perfil, pudiendo trabajar autorizadamente en detalles técnicos claves que el repertorio clásico-romántico fuertemente demanda, como las articulaciones, texturas y transparencias.
Abrió con una memorable versión de la “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” de Ralph Vaughn Williams. Esta obra, compuesta en 1910 aunque retocada después, se estructura en base a variaciones de una melodía propia del Renacimiento inglés -la Tercera de las Nueve Tonadas de Salmo para el Salterio del Arzobispo Parker- de Thomas Tallis (1505-1585). No inscribiéndose dentro del atonalismo en ciernes, responde a una genuina exaltación de la tradición inglesa propia de la música eclesiástica, y servida de elementos armónicos y rítmicos de asombrosa libertad. Con una orquestación ciento por ciento de cuerdas, requiere de un amplio contingente, seccionado en una gran orquesta base, otra espacialmente separada más un cuarteto de la misma familia instrumental.
La interpretación del maestro Cremonesi plasmó una galería de logros en idiomatismo intrínseco, coherencia de discurso, calidad de sonido -esmaltado y amplio-, nitidez de voces y certeras acentuaciones. La respuesta de las cuerdas filarmónicas cumplieron a cabalidad con los requerimientos de la batuta.
Seguidamente, una interesante versión del Concierto para Piano N° 23, K.488 de W.A. Mozart, fungiendo de solista la destacada Akiko Ebi, debutante en Santiago. No obstante sus logros técnicos, el enfoque de Ebi se percibió con ambigüedades estilísticas, perdiendo cierta organicidad interpretativa. Así, en el primer movimiento optó por una mixtura de un grueso espesor sonoro y a la vez una proyección tímbrica propia de un pianoforte; en el segundo con un toucher radical y estilísticamente diferente, quizás en función de un discurso de diferente carácter y más asociado a lo etéreo (lo mejor de la interpretación), más un tercero animado y cristalino, aunque sin mayor correspondencia con los demás movimientos. El complemento de Cremonesi y los filarmónicos, de completo ajuste, a pesar de ripios en fraseo y afinación de los violines.
Finalmente, la Sinfonía N° 9 “La Grande” de F. Schubert. De olímpico optimismo, esta inédita sinfonía (descubierta años después de la muerte del compositor), presenta un desarrollo formal atípico y de original estructura respecto a sus demás obras. De pocos contrastes -prevaleciendo más los momentos agitados que los de mayor remanso-, es dable abordarla con cierto carácter marcial y hasta fanfarrón, no obstante ineludible atisbar una evidente presencia del Schubert esencial, plasmado en su delicada música de cámara, especialmente en sus lieder (sección lenta del segundo movimiento).
La interpretación firmada por Attilio Cremonesi -de enfoque más bien camarístico- obtuvo logros inusuales en la Filarmónica, en cuanto a ajuste de ensemble, balances y transparencias, auscultando una serie de detalles raras veces percibidos, no haciéndose eco de cierta exageración en lo marcial, y enfatizando el carácter cantable de la obra. Un triunfo en musicalidad y resultado de conjunto, considerando el mermado nivel promedio de los conciertos filarmónicos por años…
En suma, una gran jornada junto a un notable director, y de quien se espera pueda intensificar su colaboración con la Filarmónica, más una pianista de fuste que dio muestra de interesante musicalidad.
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