Por Jaime Torres Gómez
Recientemente acaban de finalizar los hoy tradicionales Conciertos de Verano en Viña del Mar, y que se realizan en el emblemático anfiteatro de la Quinta Vergara de dicha ciudad.
Fundados y todavía organizados por la Fundación Beethoven, más el apoyo de la Municipalidad de Viña del Mar, a lo largo de sus 12 años de ininterrumpida actividad, hoy en día son parte de la parrilla de espectáculos más potente de la ciudad y sin duda el evento de música culta de mayor convocatoria nacional.
La base de estos conciertos es la presencia de las mejores orquestas nacionales. Sin embargo, la oferta programática se ha centrado sólo en la música instrumental y vocal concertante, pero no a otras manifestaciones de las artes musicales con representación escénica.
La reciente versión obliga plantear algunas observaciones que permitan introducir innovaciones para el mayor fortalecimiento de esta importante actividad.
En primer lugar, este año se volvió a experimentar una distorsión respecto a la programación anunciada. Así, después de la bochornosa cancelación de la Orquesta Filarmónica de Santiago el año anterior, este año se produjo una inesperada cancelación al maestro David del Pino Klinge para su concierto con la Sinfónica de Chile, situación no aclarada por la misma organización del evento y deducida mediante otras vías sobre las reales causas de dicho levantamiento. El punto es que si se anuncia a un artista, las razones de su cancelamiento, por respeto al público, deben ser debidamente transparentadas por las instituciones relacionadas, máxime en el caso del maestro Del Pino, que se trataba de un director de probada convocatoria.
En segundo término, hay algunos elementos de presentación que es conveniente mejorar, como el estado del anfiteatro. Al respecto, se observa que hay puntos negros en la infraestructura que visualmente atentan a una buena imagen del recinto. Concretamente, no es posible que se mantengan algunos hoyos en la estructura superior, así también el telón de fondo que promociona a la ciudad (que lleva varios años), definitivamente hay que renovarlo y optar por un diseño de colores más neutros que el calipso fuerte y poco elegante de hoy.
En cuanto a la convocatoria, este año no hubo jornadas que hayan superado las 10.000 personas, aunque no se bajó del orden de las 7.500. Esta situación tiene fortalezas y debilidades. De las primeras hay que considerar el hecho de tener la capacidad consolidada de sostener a un público cautivo importante a lo largo de cuatro fines de semana, lo que no es menor. Pero también se añora el recuerdo de algunas jornadas memorables, a lo largo de estos doce años, que casi colmaron la capacidad oficial del recinto (15.000 personas), como una inolvidable Carmina Burana dirigida por Del Pino Klinge, o la Novena de Beethoven por Valdés o El Mesias de Händel por Izquierdo.
Las motivaciones para la convocatoria del público son muchas y muy complejas, como la capacidad económica, la preferencia por tales y determinadas obras, el gusto por ciertas orquestas, directores y solistas, el factor meteorológico y la efectividad de la publicidad (hay que reconocer lo fundamental de la campaña publicitaria de promoción, y que la Fundación Beethoven la desarrolla con excelencia).
Así, en este contexto, es necesario potenciar más la invitación a solistas y directores realmente convocantes en el público (se tiene un vivo recuerdo, a modo de ejemplo, las presentaciones de Alfredo Perl y Roberto Bravo, que gozan de amplia adhesión de público). También, en el caso de personajes del acontecer artístico-popular, político y cultural, es conveniente seguir sumándolos a este evento en calidad de solistas o narradores para ciertas obras (como lo hizo el ex Presidente Lagos, el actor Héctor Noguera, el emblemático grupo Los Jaivas, el animador y periodista Roberto Nicolini, entre los que se tiene recuerdo).
En cuanto al repertorio, este año se evidenció una reiteración en ciertas obras que no necesariamente es conveniente abordarlas con tanta periodicidad, como la Carmina Burana, el Réquiem de Mozart, los Cuadros de una Exposición y quizás la Séptima de Beethoven.
Trabajar en una programación no es tarea fácil, pues deben conjugarse elementos genuinamente artísticos y comerciales que hagan factible la concreción de un proyecto auténticamente cultural, como en el caso de estos conciertos.
Pero también no es recomendable caer en una suerte de “éxito fácil” sobre la base de darse vuelta en casi las mismas obras. Es cosa de ver el ranking de Novenas y Quintas de Beethoven, Carminas Buranas, Aranjueces, Requiemes de Mozart, Boleros, Nuevas Mundo, entre las más reiteradas.
Entonces, la clave es tener una política equilibrada que consulte obras muy queridas por el público (pero sin caer en excesos de periodicidad) y la proposición de hitos artísticamente relevantes para el público, y siendo a la vez desafíos para las mismas orquestas, como la reciente versión concertante del Tercer Acto de Tosca, que era todo un desafío y que se tuvo un notable resultado, el año pasado con las Canciones de La Floresta del Amazonas, de Villa-Lobos o años atrás con el Danzón Nº 2 de Márquez, que sin duda gozaron de amplia aceptación.
Sin embargo, hay obras de repertorio habitual y otras menos conocidas que están pendientes de presentarse en la Quinta Vergara (por supuesto, dadas las características de ser un evento masivo y en período estival, no debe caerse en academicismos absurdos y pretender hacer sinfonías de Bruckner, Mahler, obras de Schoenberg, Berg y más complejas).
Así, no sería descabellado presentar una Sinfonía Fantástica, de Berlioz, una Sinfonía en re menor, de Cesar Franck, una Patética, Francesca da Rimini y un Primer Concierto para Piano, de Tchaikovsky, alguna Bachiana de Villa-Lobos, uno de los conciertos para piano, de Chopin, algunos de los conciertos para corno o flauta, o el de flauta y arpa, de Mozart, el Concierto para Cello, de Dvorak, música de películas, la Guía Orquestal para la Juventud, de Britten, Fanfarria para el Hombre Común y Rodeo, de Copland, El Aprendiz del Hechicero, de Dukas, Noche en los Jardines de España y El Amor Brujo, de De Falla, Concierto en fa, Rapsodia en Azul y selecciones de Porgy and Bess, de Gershwin; el Concierto Nº 2 para Piano y la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninoff, Suites de Espartaco, Gayaneh y Mascarade, de Katchaturian, Concierto para Piano Nº 1, de Liszt, Así Habló Zaratrustra, de R. Strauss, la cantata Alexander Nevsky, de Prokofiev, Semsemayá, de Revueltas, Sheherezade y Capricho Español, de Rimsky Korsakov, Finlandia y Karelia, de Sibelus, El Moldava, de Smetana, la Sinfonía Nº 1 de Brahms, la Consagración de la Primavera, de Stravinsky, entre muchas obras, además de difundir a los compositores nacionales, de modo que el público menos habitual se interiorice que existen obras de música culta compuestas por chilenos.
En suma, la presente versión de los Conciertos de Verano en la Quinta Vergara volvieron a consolidarse como un evento insustituible en la temporada estival de Viña del Mar y alrededores, por su alta convocatoria, aunque necesita dar pasos de renovación artística para cumplir en mayor envergadura sus incuestionables objetivos de excelencia en la difusión de la música culta.
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