La pérdida de Luciano Pavarotti es irreparable en cuanto a carisma y al hecho de haber masificado la ópera a un amplio espectro etario y social, dejando un vacío que no será fácil de llenar
LOS REFERENTES MUSICALES de las generaciones sub 50 hemos tenido en Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras a grandes exponentes de calidad vocal e importante capacidad interpretativa, amén de apreciarles un plausible acercamiento del género lírico a grandes masas.
En el caso de Luciano Pavarotti, sin duda que su carisma fue objeto de fuertes adhesiones tanto en quienes tradicionalmente han cultivado la ópera como muchos que no la conocían y apreciaban debidamente. Y la razón, más que por su especial fisonomía física y su innegable simpatía, se debió a las notables condiciones naturales de su voz y a su certera intuición interpretativa.
VOZ ÚNICA
Si bien sus condiciones histriónicas no eran su fuerte (en realidad, era apenas un esmerado actor), empero el magnetismo de su voz compensaba dicha falencia. Su inconfundible colorido vocal –de innegable belleza- más una certera ductilidad en el paseo del rango dinámico y un nítido fraseo, fueron los ingredientes perfectos para abordar roles de tenor lírico y en algunos casos de spinto, siendo de absoluta referencia su interpretación en óperas de Donizetti como “La Fille du Régiment”, “L` Elisir di amore”, “La Favorite”, “María Stuarda”, “Lucia di Lammermoor”, como en las puccinianas “Turandot”, “La Bohéme”, “Madama Butterfly” (estas dos últimas en impactantes grabaciones junto a su coterránea Mirella Freni y espectacularmente dirigidas por Karajan) y quizás “Tosca”, en las verdianas “Rigoletto” (especialmente la grabación junto a Sherril Milnes y dirigida por Bonynge), “La Traviata”, “Il Ballo di Maschera” (grabación dirigida por Gavazzeni), y las de Mascagni “Il Amico Fritz” y “Cavalleria Rusticana”, entre las más relevantes.
Se trató de una voz única, de suave y envolvente matiz, cuyas fiorituras y espectaculares sobreagudos lograban enloquecer a multitudes, reverenciándolo como quizás al artista de la más perfecta emisión vocal de los últimos 50 años. Admirable fue su inteligencia de abordar, en el momento oportuno, roles que se adecuaban a los cambios naturales de la voz (que prácticamente no los tuvo), razón por la cual su carrera se extendió hasta poco antes de enfermarse.
JUICIO CRÍTICO
Al emitir un juicio crítico, los mejores momentos de su carrera se concentraron hasta mediados de los años 80, puesto que posteriormente se le apreció una pérdida de refinamiento interpretativo y a veces no fueron del todo logradas sus incursiones en música popular, no obstante sus indesmentibles éxitos comerciales en ese ámbito. Sin embargo, de alguna manera hacia el final, era imposible sorprenderse cada vez que Luciano aparecía, aunque fuese con un evidente físico deteriorado y con algunas fisuras vocales normales de la edad, como a su cada vez menos refinado discurso interpretativo, aunque de alguna forma su envolvencia de timbre era tal que se terminaba perdonándole tales singularidades.
¿SUSTITUIBLE?
Ahora, el inevitable cuestionamiento sobre su “sucesor” demanda una discusión que tendrá los más diversos flancos. Es así que, dependiendo del punto de vista y conforme a las pautas del siglo veintiuno, por más que se sugieran nombres, no se ve con claridad encontrar a alguno que siquiera pueda parecérsele en sus especiales atributos vocales y de empatía con las masas. Lo mismo es aplicable, y en otros aspectos con más propiedad todavía, al gigante de Plácido Domingo, quien mantiene una envidiable vigencia. En todo caso, Italia ha sido generosa en prodigar a celebridades como Caruso, Gigli, Distefano, Del Monaco y Corelli, no dudando de allí surgirá alguna figura del mismo o superior nivel.
Por otro lado, más que concentrar esfuerzos de adhesión a figuras sucesoras, que no está mal (aunque, a la postre, resulta ser un mero ejercicio de personalismos no necesariamente bien entendidos), quizás es la mejor oportunidad de focalizar mucho más la atención en la revaloración del arte lírico en sí mismo, aprovechando su masificación cercana a través de personajes como Pavarotti, Domingo y Carreras, y en el pasado mediato especialmente con Caruso y Gigli. Y tampoco debe propenderse al reduccionismo de asociar la ópera únicamente como una colección de arias y fragmentos sueltos, sino en cruzar el umbral de masificarla en su más completa dimensión, como, en definitiva, la síntesis de todas las artes.
En suma, la pérdida de Luciano Pavarotti es irreparable en cuanto a carisma y al hecho de haber masificado la ópera a un amplio espectro etario y social, dejando un vacío que no será fácil de llenar, aunque sí con la esperanza de incentivar el cultivo del género lírico musical en su más completo y genuino ámbito, sin duda el más integrador de toda creación artística.
Jaime Torres Gómez
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