domingo, 30 de marzo de 2008

DOS VISIONES DE MAHLER


Por Jaime Torres Gómez

Siempre constituye un hito la programación de alguna sinfonía de Gustav Mahler, por las enormes dificultades artísticas y técnicas para toda orquesta.

Desgraciadamente, ante un contexto directamente producido por el “Huracán Morricone”, han pasado mediáticamente desapercibidas las presentaciones de la Segunda y Quinta sinfonías mahlerianas, ofrecidas por la Filarmónica de Santiago y Sinfónica de Chile, respectivamente.

Previo al comentario de lo presenciado, es menester observar la desafortunada política de los diarios más importantes del país en no cubrir, como antaño, a los protagonistas de los conciertos oficiales de las principales orquestas nacionales.

Al respecto, era costumbre entrevistar a los directores y solistas anunciados, para conocer las visiones artísticas y contingentes de sus presentaciones.

Hoy en día las pautas comunicacionales definitivamente no consideran plasmar valores agregados con sólida sustancia, dando paso a un falso concepto de entretención (entiéndase que en ningún caso se deja de adherir a la entrega de contenidos de manera didáctica y en lo posible “entretenida”, aunque sin perder de vista la consistencia última de los mismos), y en consecuencia, incurriéndose en verdaderas irrealidades.

Respecto a las presentaciones, en orden cronológico, durante los días 14 y 15 de marzo, y como inauguración de su temporada oficial, la Orquesta Sinfónica de Chile, dirigida por Francisco Rettig, ofreció una sólida versión de la Quinta mahleriana.

Cabe señalar que Rettig venía precedido de una bien ganada fama de especialista del compositor austríaco, signada por notables versiones que ofreció en la década de los 80 cuando fuera titular del mismo conjunto, más éxitos de sus presentaciones en el extranjero. Y recientemente, con una notable Titán en enero pasado con la misma Sinfónica, y hace un año también con esta Quinta, pero en el Aula Magna de la Universidad Santa María en Valparaíso, valiéndole el reconocimiento de la crítica local.

En su momento se comentó la versión ofrecida en aquella oportunidad, reafirmando los juicios en cuanto a concepción artística, debido a que en sus aspectos macros continúa con la misma construcción, validando a Rettig como uno de los más idiomáticos maestros mahlerianos de la actualidad.

Así, nuevamente debe destacarse su certera visión del todo para una obra susceptible de framentalidades, que mal abordadas principalmente en sus transiciones temáticas (sobretodo en el tercer movimiento), puede hacerse difícil su asimilación. Y, felizmente, Rettig conoce lo insondable que esconde la obra, asumiendo con total propiedad ciertos riesgos interpretativos, amalgamando objetividad de discurso y apasionamiento en absoluto correlato al espíritu de la obra (en general muy buen manejo del rubato más un generoso y controlado manejo de las paletas melódica, armónica y dinámica).

Algunos podrán discrepar de ciertas extensiones de tempi (especialmente ciertos ritardandos y más puntualmente el enfoque del entrañable adagietto, que en todo caso adquirió profunda emotividad), pero que de ninguna manera afectan un irrefrenable y lineal seguimiento de la obra, lo que no es menor.

La entrega de los sinfónicos fue más que correcta, en comparación al año pasado, donde se dieron inmejorables condiciones acústicas en la excelente Aula Maga de la Universidad Santa María respecto a la insuficiencia del Teatro de la Universidad de Chile, validando la urgente necesidad de contar con una nueva sala de conciertos para la capital chilena.

Sin embargo, abstrayéndose de la “tortura auditiva” que revistió comparar la misma obra con la misma orquesta y director un año después, esta vez –objetivamente- hubo algunos problemas de afinación en los bronces y algunos desajustes de ensamble en el primer movimiento, más una calidad sonora que acusó mayores asperezas en los tuttis, aunque seguramente superables en la función del día siguiente.

En menos de una semana, en el Teatro Municipal de Santiago, la Filarmónica ofreció la Segunda Sinfonía “Resurrección”, comandada por el titular del conjunto, el maestro Jan Latham-Koenig.

La función vista correspondió a la primera (18 de marzo), contando como solistas a la soprano chilena Patricia Cifuentes y a la mezzo norteamericana Abigail Nims, en reemplazo de la chilena Evelyn Ramírez, más el Coro del Teatro Municipal de Santiago.

Los referentes en Chile de esta Segunda mahleriana son potentes, pudiendo citar las dirigidas por Juan Pablo Izquierdo, Francisco Rettig, Roberto Abbado, Wolgang Scheidt (que fue algo controvertida, pero más que interesante y coherente, finalmente) y las dos dirigidas por David del Pino (1998 y 2006).

El despliegue numérico de instrumentistas, coro y solistas perfectamente puede ascender a las doscientas personas, ameritando con creces resaltarla mediáticamente cuando es programada.

Las expectativas de la presente versión eran de asombro respecto a lo que iba a ofrecerse, debido a la incorporación de una veintena de nuevos músicos extranjeros para la presente temporada (continuándose el esquema de disponer de una orquesta desproporcionadamente de jóvenes instrumentistas extranjeros, con contratos de corto plazo, por lo tanto ad-hoc para la temporada oficial del Teatro Municipal, sin un proyecto artístico conocido y expresamente difundido por su actual director musical).

Por otro lado, después de una excelente Canción de la Tierra que Latham-Koenig dirigiera en los noventa, no se le conocían en Chile otros trabajos mahlerianos. Así, se puede comentar que su segunda contribución en Mahler reafirma que de alguna forma la literatura de este compositor no le es extraña, aunque tampoco firma una visión de trascendencia.

Lo anterior se afirma en el hecho que Latham-Koenig conoce bien la obra, disponiendo una batería de recursos rítmicos, colorísticos y dinámicos que se percibieron con agrado. Sin embargo, por más que se dieron interesantes fluctuaciones melódicas y armónicas -al punto que ameritó una permanente atención a su propuesta interpretativa-, sin embargo no logró pleno convencimiento en cuanto a profundidad de discurso, asociándosele más a una interesante exploración que a un acabado producto de sólido peso específico.

Latham-Koenig es un buen director, incluso se celebra el hecho de no incurrir en lo rutinario, pero muchas veces peca de superficialidades musicales al privilegiar aspectos técnicos. Incluso, se aprecia sinceridad en sus aproximaciones musicales (a pesar de ciertos excesos imaginativos), siendo en algunos repertorios casi imbatible (Britten y en general compositores contemporáneos, así también en ciertos clásicos y románticos tempranos como Mozart y Schubert, respectivamente), y en otros simplemente rayanos en payasadas (como en Brahms, que definitivamente no sabe abordarlo y lo mejor que pudiera hacer es no abordarlo más).

Los mayores logros se apreciaron en la primera mitad del primer movimiento, con enérgico enfoque (aunque a ratos con elocuentes dosis de histerismo), pasando a un segundo de lograda amabilidad, continuando con un tercero más bien rutinario, aunque con una muy bien lograda transición al entrañable Urlicht (cuarto), con un calderón de casi milimétrica extensión, siendo plenamente coherente el paso del Sermón de San Antonio a los Peces a la Luz Prístina, asociada a un lied. Y en la sección final, los desarrollos tuvieron un discurso de reconocible claridad y equilibrio contrastante, más buena fusión del tejido instrumental con los solistas vocales y coro. Sin embargo, no se percibió mayor peso musical ni menos emotividad, rozando en cierta neurosis (tuttis espetados con exagerados volúmenes en vez de una diáfana y calibrada exposición) por sobre un genuino sentido de trascendencia, que es la esencia de esta sinfonía.

El resultado de la orquesta fue de completa colaboración a las indicaciones de su director titular, quien conoce perfectamente al contingente que dispone, sacándoles el máximo provecho. Muy bien el trabajo de la cuerda, bronces y percusión (excelente el timbal solista); algo inferior, aunque en general bien, las maderas. Lo mismo, el trabajo del coro, aunque quizás con cierta desproporción de las voces tenoriles por sobre el resto, restándole equilibrio.

Mención aparte es el desempeño de las solistas vocales. En el caso de la mezzo reemplazante, si bien posee una voz de hermoso timbre y una buena técnica de canto, pero definitivamente no fue la adecuada para abordar el Urlicht, al no tener los graves adecuados más el peso sonoro típicamente mahleriano, que exige oscuridades y pastosidades muy particulares. Sin duda que Evelyn Ramírez tenía los atributos ideales para haber encarado esta parte, lamentando su cancelación. Y en el caso de Patricia Cifuentes, esta vez se la apreció mucho más compenetrada en su “decir”, en comparación hace dos años cuando la cantara junto a David del Pino y la Sinfónica. Su proyección canora tuvo completa linealidad y acertado volumen, amén de fraseos de alta musicalidad.

En suma, dos buenas presentaciones mahlerianas, y con visiones radicalmente distintas: Una con verdadera autoridad idiomática, otra menos importante aunque interesante y con varios puntos rescatables, y ambas en general bien ejecutadas por los principales organismos sinfónicos del país.

1 comentario:

Unknown dijo...

Yo vivo en tijuana Baja California Mexico. mi nombre es tambien Jaime Torres Gomez y me parece interesante tu crítica .......si puedes te agradeceria un mensaje a mi correo es trrsgmzjm@hotmail.com gracias.