viernes, 22 de junio de 2012

AÑO MAHLER EN CHILE


Durante el 2011 se conmemoró el centenario de la muerte de Gustav Mahler, figura clave en el desarrollo de la música en el siglo XX.
Referirse a Mahler, en la mayoría de los casos, implica una mirada esencialmente orquestal debido a que logró plasmar con extraordinaria eficacia una compleja gama de las posibilidades expresivas de todos los instrumentos, ora en un contexto individual (cada instrumento, representando un mundo en sí mismo) ora un contexto de conjunto (la mayoría de sus obras, con grandes masas instrumentales), con resultados producto de complejas sinergias. Además, en buena parte, el desarrollo de la orquesta moderna es atribuible a su concepto muy particular de la misma, ya que como eximio director, pudo plasmar magistralmente sus ideas musicales a las potencialidades dinámicas y efectivas que una orquesta es capaz de rendir. Incluso, a la misma voz le dio un tratamiento más bien concertante, logrando, a la postre, fundirla como un “verdadero instrumento” frente a un contexto ineludible (y casi obsesivamente) orquestal (de allí que el color y la forma mahleriana de cantar obedecen a códigos más bien distanciados del canto estándar).
Hoy en día es habitual que los directores aborden –algunos más y otros menos- la literatura mahleriana, y hay consenso que las agrupaciones orquestales (sinfónicas, básicamente) la incorporen en sus programaciones.
En Chile existe una interesante tradición mahleriana (básicamente desde los años 60), y a la vez se dispone de muy buenos cultores de su interpretación. Es el caso de directores como Juan Pablo Izquierdo, Francisco Rettig, Maximiano Valdés, Rodolfo Fischer, y últimamente José Luis Domínguez y Eduardo Browne.
En el caso de Izquierdo, se le debe una amplia y extraordinaria difusión de las sinfonías mahlerianas, especialmente en su período de titular de la Filarmónica de Santiago (años 80) y últimamente junto a la Orquesta de Cámara de Chile con reducciones camarísticas de varias obras, todas con notables resultados. Por su lado, Rettig también ha dirigido buena parte de las sinfonías, especialmente en su época como titular de la Sinfónica de Chile, y con importantes resultados artísticos. Lo mismo, aunque en menor cantidad, pero con importante calidad, Maximiano Valdés.
En cuanto a la celebración del Año Mahler en Chile, lamentablemente no existió una oferta programática de mayor interés, especialmente al no haberse contemplado estrenos de obras que requieren urgente difusión en el medio local, como la Octava Sinfonía, "De los Mil", la reedición de sinfonías como la Séptima (que sólo se hizo en una recordadísima versión de la Filarmónica con Roberto Abbado, en 1988), la Novena (solamente se ha hecho en dos memorables versiones, en 1980 con la Sinfónica y Volker Wangenheim, en 1987 con la Filarmónica y Wolfgang Scheidt, añadiéndose de manera extraordinaria hace pocos años Zubin Mehta en gira con la Filarmónica de Israel) y la Décima (con la Filarmónica y Abbado, en 1989). Y demás está decir de ciclos de lieder prácticamente desconocidos en nuestro medio, como los “Rückert Lieder”, “Das Klagande Lied'' (“La Canción del Destino”), “Canciones del Niño de Cuerno Maravilloso” (de la que se tiene un muy buen recuerdo en 1982 con Carmen Luisa Letelier, Fernando Lara y la Sinfónica magistralmente dirigida por Werner Torkanovsky), por nombrar algunos.
En concreto, durante el 2011 resultó totalmente innecesario (y absurdo) que tanto la Sinfónica y Filarmónica hayan programado la Primera Sinfonía "Titán", considerando que se ha hecho innumerables veces, como haber programado prácticamente las mismas sinfonías que siempre se hacen (la Quinta, la Segunda “Resurrección” y algo la Sexta con la Tercera, estas últimas presenciadas en varias ocasiones entre los 80, 90 y algo en el siglo XXI). Sin embargo, fue interesante que se hubiera hecho “La Canción de la Tierra” (versión de cámara de Schönberg) en un marco coreográfico (Ballet de Santiago), asimismo la incorporación de varios lieder en el Ballet “La Sangre de las Estrellas” (Ballet Nacional) y especialmente la Cuarta Sinfonía en versión de cámara (Stein) dirigida por Eduardo Browne (Camerata de la Universidad de Los Andes). 
En cuanto a lo presenciado (la mayor parte de lo ofrecido), los resultados fueron completamente dispares, y en casos específicos derechamente mediocres.
De hecho, en la Primera -a excepción de la autorizada conceptualización de Francisco Rettig (Sinfónica de Chile en la Universidad Santa María de Valparaíso) y de la cual se dio un poco saludable rendimiento de la orquesta (de una vez por todas, la Sinfónica debiera bajar su ritmo de programas, pues se observa un creciente deterioro de sus potencialidades, debiendo replantearse profundamente la inorgánica exigencia programática de parte de las autoridades correspondientes, para dar más espacios de mejores y más eficientes ensayos)- hubo versiones que rayaron en la ridiculez (Michal Nesterowicz con la Sinfónica, donde se echó de menos una visión unitaria, asimismo con arbitrariedades musicales sin sustento lógico) como una exacerbada objetividad (Rani Calderon con la Filarmónica, cuyo resultado, en todo caso, fue más unitario, aunque de polar frialdad, resultando totalmente olvidable…).  
En la Segunda, hubo una notable conceptualización de Nesterowicz junto a la Sinfónica de Chile (felizmente, pudo reivindicarse de las payasadas hechas en la Primera), a la vez con una respuesta de la Sinfónica de completo oficio, lo mismo las solistas Constanza Dörr y Patricia Cifuentes, con sólidos y musicales resultados. Especialmente debe destacarse la última función en la Catedral de Santiago, que significó un notable salto cualitativo respecto al día anterior en el Teatro de la Universidad de Chile.
De la Cuarta, en Concepción la Orquesta Sinfónica de la Universidad la ofreció dirigida por el sueco Mika Eichenholz, que lamentablemente no fue posible asistir. Sin embargo, se presenció una solidísima versión de cámara (Stein) a cargo de Eduardo  Browne y la Camerata de la Universidad de Los Andes. Cabe señalar que hace pocos años Izquierdo la estrenó exitosamente junto a la Orquesta de Cámara de Chile. A diferencia de aquella versión, Browne utilizó el orgánico exacto de músicos de la reducción de Stein. Los resultados fueron de total profesionalismo del ensemble convocado y de una admirable conceptualización de Browne para una obra de casi brutal exposición a cada instrumentista. Sin duda, unos de los mejores aportes del Año Mahler en Chile, tanto por sus resultados como a su innovación programática.
Respecto a la Quinta, fue ofrecida tanto por la Sinfónica con Nesterowicz y la Nacional Juvenil con Domínguez, y en ambos casos con extraordinarios resultados. Cabe destacar la originalidad de concepto de Nesterowicz (corriendo –esta vez justificadamente- riesgos musicales que resultaron acertados (impactante el primer movimiento y muy curiosos los tempi (más bien inquietos) del entrañable adagietto). Por su parte, Domínguez, con un discurso más conservador aunque no menos dinámico y por cierto unitario, logró un resultado impensado para una orquesta de jóvenes, no dudando en calificarlo como un “producto de exportación”.
Y la Sexta, dirigida por Francisco Rettig junto a la Sinfónica, no cabe dudas que fue el hito más logrado en cuanto a resultado global. De hecho, se tiene gran recuerdo de la misma obra por él dirigida junto a la Sinfónica a fines de los 80, como antes una referencial versión de Izquierdo con la Filarmónica (1985), luego una excelente versión de Maximiano Valdés también junto a la Filarmónica a comienzo de siglo y una impactante versión de Zubin Mehta en gira con la Filarmónica de Israel. Así, confirme estos altos referentes, la última versión de Rettig confirmó su maestría en cómo aborda a Mahler, ofreciendo una impactante unicidad conceptual, develando gran sentido de la forma mediante un dibujo arquitectónico global de logradísimas gradaciones de planos sonoros, calibradas (y contextualizadas) matizaciones y tempi que coadyuvaron al  mejor entendimiento de la trama interna del discurso mahleriano. Sin duda, una versión digna de haber sido reconocida por algún premio ad-hoc….
Resumiendo, un Año Mahler sólo correcto en su conjunto, con grandes deudas de obras que urgen ser difundidas en Chile más otras que requieren vuelvan darse a conocer, asimismo con resultados en algunos casos que se esperaban con mejores rendimientos, algunos que constituyeron toda una novedad y otros que confirmaron la excelencia de sus protagonistas.



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