Durante el
2011 se conmemoró el centenario de la muerte de Gustav Mahler, figura clave en
el desarrollo de la música en el siglo XX.
Referirse
a Mahler, en la mayoría de los casos, implica una mirada esencialmente
orquestal debido a que logró plasmar con extraordinaria eficacia una compleja
gama de las posibilidades expresivas de todos los instrumentos, ora en un
contexto individual (cada instrumento, representando un mundo en sí mismo) ora
un contexto de conjunto (la mayoría de sus obras, con grandes masas
instrumentales), con resultados producto de complejas sinergias. Además, en
buena parte, el desarrollo de la orquesta moderna es atribuible a su concepto
muy particular de la misma, ya que como eximio director, pudo plasmar
magistralmente sus ideas musicales a las potencialidades dinámicas y efectivas
que una orquesta es capaz de rendir. Incluso, a la misma voz le dio un
tratamiento más bien concertante, logrando, a la postre, fundirla como un
“verdadero instrumento” frente a un contexto ineludible (y casi obsesivamente)
orquestal (de allí que el color y la forma mahleriana de cantar obedecen a
códigos más bien distanciados del canto estándar).
Hoy en día
es habitual que los directores aborden –algunos más y otros menos- la
literatura mahleriana, y hay consenso que las agrupaciones orquestales
(sinfónicas, básicamente) la incorporen en sus programaciones.
En Chile
existe una interesante tradición mahleriana (básicamente desde los años 60), y
a la vez se dispone de muy buenos cultores de su interpretación. Es el caso de
directores como Juan Pablo Izquierdo, Francisco Rettig, Maximiano Valdés,
Rodolfo Fischer, y últimamente José Luis Domínguez y Eduardo Browne.
En el caso
de Izquierdo, se le debe una amplia y extraordinaria difusión de las sinfonías
mahlerianas, especialmente en su período de titular de la Filarmónica de
Santiago (años 80) y últimamente junto a la Orquesta de Cámara de Chile con
reducciones camarísticas de varias obras, todas con notables resultados. Por su
lado, Rettig también ha dirigido buena parte de las sinfonías, especialmente en
su época como titular de la Sinfónica de Chile, y con importantes resultados
artísticos. Lo mismo, aunque en menor cantidad, pero con importante calidad,
Maximiano Valdés.
En cuanto
a la celebración del Año Mahler en Chile, lamentablemente no existió una oferta
programática de mayor interés, especialmente al no haberse contemplado estrenos
de obras que requieren urgente difusión en el medio local, como la
Octava Sinfonía, "De los Mil", la reedición de sinfonías como la
Séptima (que sólo se hizo en una recordadísima versión de la Filarmónica con
Roberto Abbado, en 1988), la Novena (solamente se ha hecho en dos memorables
versiones, en 1980 con la Sinfónica y Volker Wangenheim, en 1987 con la
Filarmónica y Wolfgang Scheidt, añadiéndose de manera extraordinaria hace pocos
años Zubin Mehta en gira con la Filarmónica de Israel) y la Décima (con la
Filarmónica y Abbado, en 1989). Y demás está decir de ciclos de lieder
prácticamente desconocidos en nuestro medio, como los “Rückert Lieder”, “Das
Klagande Lied'' (“La Canción del Destino”), “Canciones del Niño de Cuerno Maravilloso”
(de la que se tiene un muy buen recuerdo en 1982 con Carmen Luisa Letelier,
Fernando Lara y la Sinfónica magistralmente dirigida por Werner Torkanovsky),
por nombrar algunos.
En concreto, durante el 2011
resultó totalmente innecesario (y absurdo) que tanto la Sinfónica y Filarmónica
hayan programado la Primera Sinfonía "Titán", considerando que se ha
hecho innumerables veces, como haber programado prácticamente las mismas
sinfonías que siempre se hacen (la Quinta, la Segunda “Resurrección” y algo la
Sexta con la Tercera, estas últimas presenciadas en varias ocasiones entre los
80, 90 y algo en el siglo XXI). Sin embargo, fue interesante que se hubiera
hecho “La Canción de la Tierra” (versión de cámara de Schönberg) en un marco
coreográfico (Ballet de Santiago), asimismo la incorporación de varios lieder
en el Ballet “La Sangre de las Estrellas” (Ballet Nacional) y especialmente la
Cuarta Sinfonía en versión de cámara (Stein) dirigida por Eduardo Browne
(Camerata de la Universidad de Los Andes).
En cuanto a lo presenciado
(la mayor parte de lo ofrecido), los resultados fueron completamente dispares,
y en casos específicos derechamente mediocres.
De hecho, en la Primera -a
excepción de la autorizada conceptualización de Francisco Rettig (Sinfónica de
Chile en la Universidad Santa María de Valparaíso) y de la cual se dio un poco
saludable rendimiento de la orquesta (de una vez por todas, la Sinfónica
debiera bajar su ritmo de programas, pues se observa un creciente deterioro de
sus potencialidades, debiendo replantearse profundamente la inorgánica
exigencia programática de parte de las autoridades correspondientes, para dar
más espacios de mejores y más eficientes ensayos)- hubo versiones que rayaron
en la ridiculez (Michal Nesterowicz con la Sinfónica, donde se echó de menos
una visión unitaria, asimismo con arbitrariedades musicales sin sustento
lógico) como una exacerbada objetividad (Rani Calderon con la Filarmónica, cuyo
resultado, en todo caso, fue más unitario, aunque de polar frialdad, resultando
totalmente olvidable…).
En la Segunda, hubo una
notable conceptualización de Nesterowicz junto a la Sinfónica de Chile
(felizmente, pudo reivindicarse de las payasadas hechas en la Primera), a la
vez con una respuesta de la Sinfónica de completo oficio, lo mismo las solistas
Constanza Dörr y Patricia Cifuentes, con sólidos y musicales resultados.
Especialmente debe destacarse la última función en la Catedral de Santiago, que
significó un notable salto cualitativo respecto al día anterior en el Teatro de
la Universidad de Chile.
De la Cuarta, en Concepción
la Orquesta Sinfónica de la Universidad la ofreció dirigida por el sueco Mika
Eichenholz, que lamentablemente no fue posible asistir. Sin embargo, se
presenció una solidísima versión de cámara (Stein) a cargo de Eduardo Browne y la Camerata de la Universidad de
Los Andes. Cabe señalar que hace pocos años Izquierdo la estrenó exitosamente
junto a la Orquesta de Cámara de Chile. A diferencia de aquella versión, Browne
utilizó el orgánico exacto de músicos de la reducción de Stein. Los resultados
fueron de total profesionalismo del ensemble convocado y de una admirable
conceptualización de Browne para una obra de casi brutal exposición a cada
instrumentista. Sin duda, unos de los mejores aportes del Año Mahler en Chile,
tanto por sus resultados como a su innovación programática.
Respecto a la Quinta, fue
ofrecida tanto por la Sinfónica con Nesterowicz y la Nacional Juvenil con
Domínguez, y en ambos casos con extraordinarios resultados. Cabe destacar la
originalidad de concepto de Nesterowicz (corriendo –esta vez justificadamente- riesgos
musicales que resultaron acertados (impactante el primer movimiento y muy
curiosos los tempi (más bien inquietos) del entrañable adagietto). Por su
parte, Domínguez, con un discurso más conservador aunque no menos dinámico y
por cierto unitario, logró un resultado impensado para una orquesta de jóvenes,
no dudando en calificarlo como un “producto de exportación”.
Y la Sexta, dirigida por
Francisco Rettig junto a la Sinfónica, no cabe dudas que fue el hito más
logrado en cuanto a resultado global. De hecho, se tiene gran recuerdo de la
misma obra por él dirigida junto a la Sinfónica a fines de los 80, como antes
una referencial versión de Izquierdo con la Filarmónica (1985), luego una
excelente versión de Maximiano Valdés también junto a la Filarmónica a comienzo
de siglo y una impactante versión de Zubin Mehta en gira con la Filarmónica de
Israel. Así, confirme estos altos referentes, la última versión de Rettig
confirmó su maestría en cómo aborda a Mahler, ofreciendo una impactante
unicidad conceptual, develando gran sentido de la forma mediante un dibujo
arquitectónico global de logradísimas gradaciones de planos sonoros, calibradas
(y contextualizadas) matizaciones y tempi que coadyuvaron al mejor entendimiento de la trama interna del
discurso mahleriano. Sin duda, una versión digna de haber sido reconocida por
algún premio ad-hoc….
Resumiendo, un Año Mahler
sólo correcto en su conjunto, con grandes deudas de obras que urgen ser
difundidas en Chile más otras que requieren vuelvan darse a conocer, asimismo
con resultados en algunos casos que se esperaban con mejores rendimientos,
algunos que constituyeron toda una novedad y otros que confirmaron la
excelencia de sus protagonistas.
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