En
el contexto de la celebración por los 80
años de la Universidad Federico
Santa María, el día 1 de diciembre se presentó la Orquesta Sinfónica de
Chile dirigida por el austríaco Peter
Güth, con un programa enteramente dedicado a la Dinastía Strauss.
Acorde
a la ocasión, se apreció un programa genuinamente festivo, en este caso con una
batería de valses, polkas y oberturas de operetas straussianas, en un marco
primaveral y en una magnífica sala como el Aula Magna de la USM, cuyas bondades
acústicas y agradable emplazamiento frente al mar, siempre constituye un plus
de goce estético.
Pero
el marco indicado no podría tener mayor plenitud si los resultados de la
presentación no hubieren ostentado una calidad como la apreciada en este
concierto. De hecho, la figura de Peter Güth, en su segunda visita a Chile,
confirmó su sólida autoridad musical, servida de un acabado conocimiento del
repertorio de esta dinastía musical vienesa, por medio de una refinada
sensibilidad y buen gusto, amén de un trabajo de “calidad total” junto a los
sinfónicos. De hecho, comparando esta presentación con la ofrecida hace dos
años en Santiago, se pudo apreciar un mejor resultado, básicamente por su mayor
conocimiento de la orquesta y, seguramente, por la “buena química” con los
músicos nacionales.
Es
sabido que muchos grandes directores ponderan muy bien la conveniencia de abordar
este repertorio -ora popular y universal ora muy específico- en aras de lograr
un resultado que denote la “gracia y amabilidad idiomática” requerida.
En
el caso de Peter Güth -músico de sólida formación, tanto como autorizado
violinista y excelente director- firmó interpretaciones absolutamente deseables
para un repertorio de genuino entretenimiento, recurriendo incluso a increíbles
elementos extramusicales como para “involucrar a la audiencia”. De hecho, su
natural comunicación con el público se tradujo en una inmediata “conexión”,
reflejando certera efectividad en transmitir las bondades artísticas de la tradición
musical de los Strauss.
De
los resultados propiamente
musicales, ya en la primera obra (Obertura
de El Murciélago) Güth logró una cautivante y envolvente atención, haciendo
brillar a la Sinfónica en todas sus secciones, por medio de exquisitos fraseos,
equilibrados y contextualizados tempi, diáfanas transparencias y balances de
las familias instrumentales, excelente ajuste grupal, hermoso sonido, notables
desarrollos y progresiones, y auscultando un “peso musical” que hizo gala de la
mejor tradición sonora de la Sinfónica de Chile. Posteriormente, con una serie
de polkas, valses, marchas y galopas de Johann
(padre e hijo), Eduard y Josef Strauss, confirmaron lo ya
preludiado en la primera obra.
Inobjetablemente,
esta presentación de la Sinfónica ha
sido de lo más autorizado visto en años,
tanto por la solvencia de un director de los quilates de Peter Güth, y de la
tradición musical de una orquesta que confirmó su flexibilidad repertorística y
en total colaboración a los autorizados requerimientos de un maestro con mayúsculas.
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