viernes, 22 de junio de 2012

SINFÓNICA DE CHILE: GESTIÓN DE NESTEROWICZ Y NUEVOS DESAFÍOS


La Orquesta Sinfónica de Chile, decana sinfónica del país, a lo largo de sus 70 años de existencia, ha sido dirigida por sólidos directores en calidad de titulares como de principales invitados, amén de grandes figuras invitadas, estas últimas especialmente entre las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Entre los importantes titulares que ha contado es menester referirse a los chilenos Víctor Tevah, Francisco Rettig y Juan Pablo Izquierdo, este último en un muy corto aunque fructífero período. También, resulta inevitable mencionar al chileno-español Agustín Cullell, el norteamericano Irwin Hoffman (de imborrable recuerdo), el chileno-peruano David del Pino Klinge (con importante y fructífera dedicación a la orquesta) y actualmente al joven director polaco Michal Nesterowicz, quien está ad-portas de finalizar su titularato.
Antes de evaluar la gestión de Nesterowicz, un maestro de sólida formación y talento, es menester considerar el contexto en el cual éste asumió la dirección de la Sinfónica en el año 2007, justo después de un largo período con Del Pino Klinge, cuya impronta –signada por una activa presencia con la orquesta, aunque, tras una natural ponderación de los años, traducida en un exceso de protagonismo- sirvió de aliciente para favorecer un cambio de mentalidad en los músicos durante los meses que no hubo titular, constituyendo así mayor apertura para el incremento de batutas internacionales, entre las cuales Nesterowicz, con tan sólo un único y deslumbrante concierto, sirvió para que los músicos finalmente lo eligieran como su nuevo titular.
Y así, después de cuatro años, la gestión de Nesterowicz demostró tener fortalezas y debilidades muy claras.
FORTALEZAS
Es insoslayable resaltar la solvencia de Nesterowicz como un talentoso director e interesante artista. De hecho, la respuesta de la orquesta en la mayoría de sus conciertos ostentó importante nivel, traducido en una excelente calidad y hermosura de sonido, precisión de ensamble y eficaz traducción de las visiones artísticas del director frente a las obras.
Asimismo, debe reconocérsele un directo interés de traer una considerable cantidad de batutas invitadas, de las que recién en este último año podría decirse que hubo resultados más uniformes y de mejor calidad promedio en relación a años anteriores.
En cuanto a repertorio, debe destacarse los Conciertos Familiares, casi exclusivamente confiados al director chileno Eduardo Browne, cuyo exitoso formato ayudó a fidelizar un público que, en definitiva, será el del futuro. En todo caso, este tipo de programas no era del todo novedoso, pues antes con Del Pino hubo exitosos programas como “El Niño Director” y otros parecidos.
Asimismo, los Conciertos Pop, con diversas variantes, también tuvieron interesante formato, aunque tampoco constituyeron mayor novedad a lo que antes se daba.
En relación a las obras programadas, hubo aciertos innegables como la incorporación de composiciones emblemáticas de polacos hoy en día altamente respetados como Penderecki, Lutoslawski y Gorecki. Asimismo, es destacable la inclusión de obras como “Styx” de Kancheli, de jóvenes compositores como la británica Tansie Davies (“Kingpin”) más una no menor incorporación de jóvenes compositores chilenos con estrenos mundiales. Y en general, hubo una interesante paleta de obras del repertorio estándar inteligentemente dispuestas (como por ejemplo la interpretación del Adagio para Cuerdas de Barber inmediatamente después –sin pausa mediante- de “La Isla de los Muertos” de Rachmaninoff, que constituyó un momento de alto nivel artístico).
DEBILIDADES
Es difícil encontrar un ciento por ciento de fortalezas en gestiones de cualquier ámbito. Y en el período de Nesterowicz existieron varios elementos que de alguna manera no favorecieron un mejoramiento sustancial en la calidad de la orquesta, salvo la incorporación natural de excelentes elementos, como la llegada del joven cornista Matías Piñeira (quien tuvo un extraordinario lucimiento recientemente como solista del Primer Concierto para Corno de Richard Strauss) y otros en demás familias instrumentales.
Lo anterior se funda en el nivel promedio observado (prácticamente se ha podido asistir a todos los conciertos de abono más varios de difusión), donde la orquesta prácticamente no ha evidenciado incrementos cualitativos respecto a cómo la dejó Del Pino Klinge.
De por sí, la Sinfónica de Chile es una buena orquesta, con calificada capacidad de abordar gran cantidad de repertorio y casi siempre sin problemas, aunque ello no significa que perduren algunas falencias puntuales (aún existen problemas de concentración global, dificultades para producir pianísimos más homogéneos, sonido más terso y esmaltado en las cuerdas, y en ciertos períodos fallas reiteradas de solistas –muchas veces menores- en casi todas las secciones).
Sin duda que las falencias anteriores pueden subsanarse en base a una activa presencia del titular en períodos más extensos y de efectiva dedicación con la orquesta (no resultaron ser suficientes los espacios de tres o cuatro semanas de rigor que Nesterowicz dirigía sus programas (casi siempre exitosos), para luego ausentarse prolongadamente), llegando a ser, en definitiva, un director más, sólo que tenía más del 60% de los conciertos bajo su cargo.
 Además, no resultó acertado disponer de una gran cantidad de programas, muchos de los cuales altamente exigentes y que se les otorgó muy poco tiempo de preparación (es excesivo considerar 27 programas de abono más toda la actividad de difusión y apoyo para el ballet), situación que inevitablemente se tradujo en una presión con riesgo de tender a una suerte de rutina en desmedro de una mayor “creatividad” y “profundidad artística”, que a la postre configura la excelencia global.
Entonces, si se anhela rendir con altos estándares artísticos, se torna fundamental un cambio de mentalidad a todo nivel, principiando por las autoridades institucionales en cuanto entiendan que la calidad de una orquesta no sólo y exclusivamente está en función de una sobreoferta programática, habiéndose así confundido eficiencia con eficacia, es decir, una exigencia casi inorgánica en exigir muchos programas sin haberse ponderado realistamente la obtención de resultados de mayor excelencia artística, tendiéndose así a una cultura más asociada a lo funcional y rutinario por encima del “asombro (de la creatividad) del hecho artístico”.
En otro ámbito, Nesterowicz no hizo verdadera “extensión”, cometido ineludible para todo director titular, aunque, por supuesto, no exclusiva. En su caso, prácticamente no salió de la ciudad de Santiago ni del Teatro de la Universidad de Chile (salvo a Frutillar, Quinta Vergara de Viña del Mar, más actuaciones muy puntuales en la excelente Aula Magna de la Universidad Santa María de Valparaíso y otros lugares).
DESAFÍOS NUEVO TITULAR
            De las falencias mencionadas, más otras que internamente la orquesta debe tener, se desprenden urgentes necesidades por satisfacer, y que el nuevo titular deberá liderar los caminos de solución requeridos, eso sí, siempre y cuando la misma orquesta y las autoridades competentes sinceren tales necesidades.
            Sin embargo, para poder designar al titular que encabece tal proceso de cambio, deberá obedecer al perfil de un director más bien maduro en vez de algún joven talento, pues las competencias para ostentar un titularato requieren correlacionada capacidad de talentoso director (que es fundamental) con una certera habilidad en cómo desarrollar la potenciación integral de una orquesta, esto último básicamente adquirido con efectivo oficio previo.
De acuerdo a la experiencia con Nesterowicz, cuya juventud directamente le jugó en contra debido a su opción de hacer carrera paralela en otras latitudes mediante una apretada agenda de compromisos (se entiende que un joven director necesita –legítimamente- dirigir la mayor cantidad de plazas posibles), a la postre no resultó ser compatible con la dedicación que la orquesta le requería.
Así, conforme se produzca sólida profundidad de lazos entre los músicos con su director, se condicionará la esencia del éxito que tendrá el nuevo titular de la Orquesta Sinfónica de Chile.      

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