La Orquesta Sinfónica de Chile,
decana sinfónica del país, a lo largo de sus 70 años de existencia, ha sido
dirigida por sólidos directores en calidad de titulares como de principales
invitados, amén de grandes figuras invitadas, estas últimas especialmente entre
las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Entre los importantes titulares que
ha contado es menester referirse a los chilenos Víctor Tevah, Francisco Rettig
y Juan Pablo Izquierdo, este último en un muy corto aunque fructífero período.
También, resulta inevitable mencionar al chileno-español Agustín Cullell, el
norteamericano Irwin Hoffman (de imborrable recuerdo), el chileno-peruano David
del Pino Klinge (con importante y fructífera dedicación a la orquesta) y
actualmente al joven director polaco Michal Nesterowicz, quien está ad-portas
de finalizar su titularato.
Antes de evaluar la gestión de
Nesterowicz, un maestro de sólida formación y talento, es menester considerar
el contexto en el cual éste asumió la dirección de la Sinfónica en el año 2007,
justo después de un largo período con Del Pino Klinge, cuya impronta –signada
por una activa presencia con la orquesta, aunque, tras una natural ponderación
de los años, traducida en un exceso de protagonismo- sirvió de aliciente para
favorecer un cambio de mentalidad en los músicos durante los meses que no hubo
titular, constituyendo así mayor apertura para el incremento de batutas
internacionales, entre las cuales Nesterowicz, con tan sólo un único y
deslumbrante concierto, sirvió para que los músicos finalmente lo eligieran
como su nuevo titular.
Y así, después de cuatro años, la
gestión de Nesterowicz demostró tener fortalezas y debilidades muy claras.
FORTALEZAS
Es insoslayable resaltar la solvencia
de Nesterowicz como un talentoso director e interesante artista. De hecho, la
respuesta de la orquesta en la mayoría de sus conciertos ostentó importante nivel,
traducido en una excelente calidad y hermosura de sonido, precisión de ensamble
y eficaz traducción de las visiones artísticas del director frente a las obras.
Asimismo, debe reconocérsele un
directo interés de traer una considerable cantidad de batutas invitadas, de las
que recién en este último año podría decirse que hubo resultados más uniformes
y de mejor calidad promedio en relación a años anteriores.
En cuanto a repertorio, debe
destacarse los Conciertos Familiares, casi exclusivamente confiados al director
chileno Eduardo Browne, cuyo exitoso formato ayudó a fidelizar un público que,
en definitiva, será el del futuro. En todo caso, este tipo de programas no era
del todo novedoso, pues antes con Del Pino hubo exitosos programas como “El
Niño Director” y otros parecidos.
Asimismo, los Conciertos Pop, con
diversas variantes, también tuvieron interesante formato, aunque tampoco constituyeron
mayor novedad a lo que antes se daba.
En relación a las obras programadas,
hubo aciertos innegables como la incorporación de composiciones emblemáticas de
polacos hoy en día altamente respetados como Penderecki, Lutoslawski y Gorecki.
Asimismo, es destacable la inclusión de obras como “Styx” de Kancheli, de
jóvenes compositores como la británica Tansie Davies (“Kingpin”) más una no
menor incorporación de jóvenes compositores chilenos con estrenos mundiales. Y
en general, hubo una interesante paleta de obras del repertorio estándar
inteligentemente dispuestas (como por ejemplo la interpretación del Adagio para
Cuerdas de Barber inmediatamente después –sin pausa mediante- de “La Isla de
los Muertos” de Rachmaninoff, que constituyó un momento de alto nivel
artístico).
DEBILIDADES
Es difícil encontrar un ciento por
ciento de fortalezas en gestiones de cualquier ámbito. Y en el período de
Nesterowicz existieron varios elementos que de alguna manera no favorecieron un
mejoramiento sustancial en la calidad de la orquesta, salvo la incorporación
natural de excelentes elementos, como la llegada del joven cornista Matías
Piñeira (quien tuvo un extraordinario lucimiento recientemente como solista del
Primer Concierto para Corno de Richard Strauss) y otros en demás familias
instrumentales.
Lo anterior se funda en el nivel
promedio observado (prácticamente se ha podido asistir a todos los conciertos
de abono más varios de difusión), donde la orquesta prácticamente no ha
evidenciado incrementos cualitativos respecto a cómo la dejó Del Pino Klinge.
De por sí, la Sinfónica de Chile es
una buena orquesta, con calificada capacidad de abordar gran cantidad de
repertorio y casi siempre sin problemas, aunque ello no significa que perduren
algunas falencias puntuales (aún existen problemas de concentración global,
dificultades para producir pianísimos más homogéneos, sonido más terso y esmaltado
en las cuerdas, y en ciertos períodos fallas reiteradas de solistas –muchas
veces menores- en casi todas las secciones).
Sin duda que las falencias anteriores
pueden subsanarse en base a una activa presencia del titular en períodos más
extensos y de efectiva dedicación con la orquesta (no resultaron ser suficientes
los espacios de tres o cuatro semanas de rigor que Nesterowicz dirigía sus programas
(casi siempre exitosos), para luego ausentarse prolongadamente), llegando a
ser, en definitiva, un director más, sólo que tenía más del 60% de los
conciertos bajo su cargo.
Además, no resultó acertado disponer de una gran cantidad de
programas, muchos de los cuales altamente exigentes y que se les otorgó muy
poco tiempo de preparación (es excesivo considerar 27 programas de abono más
toda la actividad de difusión y apoyo para el ballet), situación que inevitablemente
se tradujo en una presión con riesgo de tender a una suerte de rutina en
desmedro de una mayor “creatividad” y “profundidad artística”, que a la postre configura
la excelencia global.
Entonces, si se anhela rendir con
altos estándares artísticos, se torna fundamental un cambio de mentalidad a
todo nivel, principiando por las autoridades institucionales en cuanto
entiendan que la calidad de una orquesta no sólo y exclusivamente está en
función de una sobreoferta programática, habiéndose así confundido eficiencia
con eficacia, es decir, una exigencia casi inorgánica en exigir muchos
programas sin haberse ponderado realistamente la obtención de resultados de mayor
excelencia artística, tendiéndose así a una cultura más asociada a lo funcional
y rutinario por encima del “asombro (de la creatividad) del hecho artístico”.
En otro ámbito, Nesterowicz no hizo
verdadera “extensión”, cometido ineludible para todo director titular, aunque,
por supuesto, no exclusiva. En su caso, prácticamente no salió de la ciudad de
Santiago ni del Teatro de la Universidad de Chile (salvo a Frutillar, Quinta
Vergara de Viña del Mar, más actuaciones muy puntuales en la excelente Aula
Magna de la Universidad Santa María de Valparaíso y otros lugares).
DESAFÍOS NUEVO TITULAR
De
las falencias mencionadas, más otras que internamente la orquesta debe tener,
se desprenden urgentes necesidades por satisfacer, y que el nuevo titular
deberá liderar los caminos de solución requeridos, eso sí, siempre y cuando la
misma orquesta y las autoridades competentes sinceren tales necesidades.
Sin
embargo, para poder designar al titular que encabece tal proceso de cambio,
deberá obedecer al perfil de un director más bien maduro en vez de algún joven
talento, pues las competencias para ostentar un titularato requieren correlacionada
capacidad de talentoso director (que es fundamental) con una certera habilidad en
cómo desarrollar la potenciación integral de una orquesta, esto último básicamente
adquirido con efectivo oficio previo.
De acuerdo a la experiencia con
Nesterowicz, cuya juventud directamente le jugó en contra debido a su opción de
hacer carrera paralela en otras latitudes mediante una apretada agenda de
compromisos (se entiende que un joven director necesita –legítimamente- dirigir
la mayor cantidad de plazas posibles), a la postre no resultó ser compatible
con la dedicación que la orquesta le requería.
Así, conforme se produzca sólida
profundidad de lazos entre los músicos con su director, se condicionará la
esencia del éxito que tendrá el nuevo titular de la Orquesta Sinfónica de
Chile.
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