martes, 12 de marzo de 2013
BALANCE CONCIERTOS DE VERANO 2013
Después de un desgastante comentario con forzosa alusión a elementos extra musicales en relación con la Orquesta Filarmónica de Santiago, a raíz de su presentación en el anfiteatro de la Quinta Vergara de Viña del Mar en el marco de los 18 Conciertos de Verano (http://criticamusicajaimetorres.blogspot.com/2013/01/filarmonica-en-la-quinta-meritos.html), es menester ahora dar espacio al resultado global de esta última versión.
Como elemento básico, no es menor la convocatoria que revisten estas presentaciones, fundamentalmente por la sistemática política de promoción (gran despliegue de afiches en las vías públicas más una permanente cobertura de prensa), como la fidelidad de un público que, en definitiva, termina siendo la mejor difusión ante la necesaria renovación de audiencias, amén de un apoyo efectivo de las autoridades municipales viñamarinas para realzar una propuesta probadamente seria, y capaz de amalgamar inteligentemente lo docto con lo masivo.
Globalmente, si bien hubo algunas propuestas poco novedosas -aunque sí muy validadas por el gran público (la gala lírica a cargo de la Sinfónica Nacional Juvenil), como algunas obras ya ofrecidas en jornadas anteriores (ineludiblemente, después de 18 años, imposible soslayar grandes obras que, por sus méritos intrínsecos, gozan de la aceptación de públicos de siglos)-, sin embargo hubo grandes aciertos como haber incluido las Primeras Sinfonías de Beethoven y Brahms (Filarmónica de Santiago), la Obertura de Tannhäuser (Wagner) junto con “Los Planetas” (Holst) a cargo de la Sinfónica de Chile, y la Obertura Leonora III (Beethoven) con la Orquesta de Cámara de Chile, obras que nunca se habían presentado en este ciclo.
De las cuatro orquestas congregadas, se asistió a la Filarmónica de Santiago, Sinfónica y Cámara de Chile, respectivamente.
A cargo de José Luis Domínguez, la Filarmónica ofreció la dupla de las Primeras Sinfonías de Beethoven y Brahms, programa en sí muy bien pensado por la estrecha relación entre estos compositores en cuanto, siendo románticos, tienen en común elementos formales clásicos en sus formas. Y justamente en estas sinfonías se aprecian bien estos comunes denominadores, aunque sus contenidos van por carriles muy distintos (en la Primera beethoveniana todavía hay un clasicismo muy fuerte, a pesar de ciertos giros de dinámica que son admirablemente revolucionarios para la época, y por el lado de la Primera bramhsiana, hay un apasionamiento de contenido subyaciente muy romántico aunque muy revestido de una formalidad Clásica).
El resultado de los filarmónicos fue de absoluto profesionalismo, traducido en un bien perfilado esmalte sonoro, calibrado balance y cohesión grupal. Por su lado, Domínguez abordó ambas obras con certero enfoque estructural (mucho se agradece cuando existe “sentido del todo”) y con irreprochable idiomatismo. Debe destacarse la amplia receptividad de la sinfonía de Brahms por las casi diez mil personas allí apostadas.
Excelentemente conducida por el suizo Nicolás Rauss, la Sinfónica de Chile ofreció quizás el programa más riesgoso en cuanto a popularidad, con la Obertura de la ópera “Tannhäuser”, de Wagner (suponiéndose en homenaje a los 200 años de su nacimiento) y la Suite “Los Planetas”, del británico Gustav Holst. En el caso de la obertura wagneriana, pieza literalmente “perfecta”, posee la eficacia de producir atención desde sus primeros compases con el solemne tema del Coro de los Peregrinos, el que luego deriva con espectacular fuidez hacia otros momentos significativos de la ópera, a través de un mosaico de perfecta síntesis temática.
La Sinfónica tuvo un cometido que hizo gala de su sólida tradición sonora, amén de una visión de Rauss que destacó nítidamente los contrastes de las células temáticas en perfecta conjunción de individualidad y todo. Los fraseos, inflexiones, progresiones y diferencias de planos, de completo logro. Sin duda, de lo mejor que se le ha visto a Nicolás Rauss en su amplia y exitosa colaboración con orquestas chilenas.
Y en Los Planetas, obra que se ha podido presenciar en todas las oportunidades que se ha hecho en Chile (aún se mantiene vivamente el recuerdo de su estreno en 1980 con Steuart Bedford más las excelentemente dirigidas –siempre con la Sinfónica- por Pedro Ignacio Calderón y David del Pino), la presente versión en absoluto desmejoró respecto a los anteriores referentes.
Sin duda, esta obra, de rara estética, combina una batería de estilos (imposible no advertir rasgos berliozianos, wagnerianos e incluso impresionistas), y donde su audición en vivo constituye generalmente una grata experiencia, especialmente por su acabada armonización y orquestación. De hecho, su propio contenido la hace aún más atractiva, en cuanto refleja magníficamente aspectos interiores de lo que cada planeta toca al compositor.
La versión de Rauss con la Sinfónica hizo gala de solidez conceptual y extraordinario resultado de ensamble. Debe celebrarse una acertada y equilibrada elección de tempi (que ayudaron a dar claridad de discurso, especialmente en el marcial inicio con Marte), transparente sonoridad (tanto en macizos y bien delineados tuttis como excelentes pianissimos), y realce de timbres y colores (especialmente en los números con elocuentes rasgos impresionistas (…¡Debussy a borbotones!...) como en Venus, Saturno y Neptuno). Sin duda, una gran presentación y un aporte significativo por difundir una obra no tan conocida masivamente.
El cierre de estos Conciertos de Verano estuvo a cargo de Juan Pablo Izquierdo (último Premio Nacional de Música, a quien, por descuido, no se le rindió un merecido homenaje ante las más de trece mil personas presentes), y quien condujo a su agrupación, la Orquesta de Cámara de Chile, esta vez ampliamente reforzada.
Se inició con una excelente versión de la Obertura Leonora III de Beethoven, que en realidad preludia el último acto de su ópera Fidelio. En sí, esta pieza tiene el mérito de impactar por sí misma (sin necesariamente conocer el argumento de la ópera) ante su desgarradora fuerza interior, haciendo gala de un heroico romanticismo. De hecho, al contextualizarla en la misma ópera, más se disfruta su contenido, puesto que relata la inexorable fuerza del amor salvador ante la adversidad (Leonora bajando a las profundidades donde su amado Florestán está prisionero). Izquierdo, autoridad indiscutida en la literatura beethoveniana, brindó una idiomática versión signada de una irreprochable visión del todo (a Izquierdo casi nunca se le pueden reprochar fragmentalidades discursivas), excelente encuadre sonoro y completa claridad expositiva. Impresionantes algunos pasajes como el gran solo de la trompeta en lejanía previo al último desarrollo -de por sí arrebatador y triunfal- y que felizmente no ralló en la fácil espectacularidad, sino en el pilar de su más profundo sustento. Definitivamente, un triunfo hacia la servicialidad de la música.
Seguidamente, Mahane Teave fue la GRAN solista para el siempre bienvenido Concierto para Piano de Edward Grieg, obra de acendrado romanticismo. Cabe señalar que a Mahane se la vio en la misma obra el año pasado junto a la Sinfónica de Chile, en aquella oportunidad notablemente dirigida por el finlandés Ari Rasilainen. Sin embargo, en el día presenciado (primera función) claramente la pianista no rindió a cabalidad, faltándole efectividad en transmitir la fuerza que encarna ese concierto, privilegiando apolíneos trazos por sobre mayores arrobamientos expresivos, amén de ciertos baches técnicos en varias secciones del primer movimiento.
Ahora, con su presentación en Viña del Mar, se presenció a una renovada pianista (en menos de un año) y autorizada de comienzo a fin. Impresionante la forma cómo siente, respira y expresa la obra a través de una notable calibración sonora por medio de un delicado toucher, irreprochable sentido del ritmo, diáfanos fraseos, control increíble de los rubatos, arpegios y silencios, ingredientes básicos para la construcción de su concepto interpretativo, de simétricas líneas y siempre en función del todo. Mahave Teave conoce a cabalidad la inherencia discursiva de la obra, desarrollando un concepto interpretativo de convincente y empática sensibilidad para cada estado anímico de la obra. Izquierdo, por su parte, fue el más perfecto “cómplice musical” en este triunfo artístico.
Finalmente, se ofreció la Quinta Sinfonía de Beethoven, la que años atrás se la vio dos veces dirigida por Izquierdo en el mismo recinto (Sinfónica de Chile y Sinfónica Nacional Juvenil), ambas con grandes resultados. Además, se recuerda haberla visto en el comienzo de los Conciertos de Verano (dirigida por Fernando Rosas) y enmarcada con el significativo logo “La Quinta en la Quinta”… , por cierto, acicate fundamental para un inicial impulso de este ciclo de envergadura nacional.
Y esta vez no podía ser menos: Izquierdo, con su acostumbrada revisitación artística, brindó una renovada y completamente autorizada versión de esta Quinta, plasmada de impactante rigurosidad conceptual. Debe destacarse una completa diafanidad y balance del tejido armónico, acertado equilibrio de tempi, claridad de las voces melódicas, notable desarrollo del fugatto en el Trío del tercer movimiento, y en general una vitalidad expresiva de irrefrenable contagio, por cierto, en irrestricto respecto por Beethoven. Así, claramente Izquierdo NO conoce de rutinas, y en esta renovada Quinta beethoveniana corroboró el porqué sigue siendo autoridad en este compositor.
En definitiva, con esta última obra, se dio el más perfecto cierre de este festival docto viñamarino, con una nueva y autorizadísima “QUINTA EN LA QUINTA”….
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