lunes, 17 de marzo de 2014
CAUTIVANTES CONVERGENCIAS
El segundo programa de la debutante temporada musical de Fundación Corpartes, confiada a la decana sinfónica nacional, la Sinfónica de Chile, consultó la presencia del afamado pianista chileno radicado en Alemana, Alfredo Perl, y al solvente director israelí Ariel Zuckermann.
Cabe señalar que esta temporada de fin de año se realizó durante diciembre en el Teatro Municipal de Las Condes, en lugar del originalmente previsto Teatro Corpartes, que no alcanzó la conclusión de las obras para su inauguración. Lamentablemente fue necesario hacer cambios, cancelándose dos programas altamente esperados del extraordinario director finlandés Ari Rasilainen. Sin embargo, felizmente se mantuvieron los programados con Ariel Zuckermann, ya conocido por la Sinfónica.
Respecto a las características acústicas de la sala, sin duda había toda una expectativa respecto al rendimiento de la Sinfónica allí. Según se apreció en todo el ciclo, en algunos aspectos aparece más atractiva y en otros limitada. De hecho, la acústica de dicho recinto es fundamentalmente asistida, condicionada inevitablemente según el tipo de obra que se haga, más la pericia del ingeniero de sonido de turno.
En el caso del concierto en comento, al disponerse de una fuerte dosis de música francesa, ésta directamente se vio resentida al perderse parte de las bondades tímbricas y colorísticas de la misma, apreciándose una cuasi hostigosa artificialidad del rango dinámico, fagocitándose la debida calibración en cómo deben sonar especialmente obras como “El Mar” debussyniano o el “Alborada del Gracioso” raveliano, donde especialmente los fortes se vieron ostensiblemente desdibujados (innecesarias reverberancias) como cierta pérdida de naturalidad y envolvencia de los pianos.
A pesar de todo, y apelando a toda capacidad de abstracción, fue posible apreciar el trabajo de Zuckermann en este programa de fuertes exigencias técnicas e interpretativas, obteniéndose de la Sinfónica un resultado de competencia. Comenzando, Zuckermann brindó una punzante versión del“Aprendiz del Hechicero” de Dukas, signada de calibrados tempi según el requerimiento de cada sección, con excelentes matizaciones y contrastes globales, y logrando completa cohesión grupal de los sinfónicos (muy buen trabajo especialmente de las maderas).
Como contrapunto estilístico, se ofreció el retorno del Concierto para Piano Nº 2 de Prokofiev, después de diez años. En esta oportunidad, felizmente se concretó la presencia de Alfredo Perl, quien en el año 2000 estuvo convocado por la Sinfónica para la misma obra, no pudiéndose hacer por motivos de muy triste recuerdo…
Esta obra, sin duda la más personal y desgarradora de los conciertos pianísticos de Prokofiev, no ha gozado de buena periodicidad en Chile, a diferencia del Tercer Concierto para Piano, recordándose vivamente las dos anteriores versiones de 1982, con Alfonso Montecino y Othmar Mága, y luego en 2003 con Armands Abols junto a Rodolfo Fischer, todos con la Sinfónica de Chile.
En esta oportunidad, Perl nuevamente hizo gala de sus pergaminos, ofreciendo una versión de magnífico correlato técnico-interpretativo respecto a la visceralidad de la obra, conjugando ora sublime delicadeza ora irrefrenable brutalidad. Los mejores logros se apreciaron en la primera sección del primer movimiento (impresionante cómo enfocó las insinuaciones de los acordes iniciales del tema base -reaparecido al final del movimiento- y servido con una delicadeza de toucher de incandescente rango), luego en el tercer movimiento (quizás de lo más brutal que se conoce en la literatura pianística), donde Perl linda al umbral de lo “diabólico”, develando el terror inserto… , y luego toda la sección final del último movimiento, cuya construcción requiere un plus que solamente un experimentado pianista es capaz de lograr. Por su parte, el alado trabajo de Zuckermann con la Sinfónica fue el más perfecto catalizador para una versión memorable de una obra de exigencias bestiales. Excelente resultado especialmente de las cuerdas y maderas, como también todos los bronces, lográndose los empastes y pastosidad requeridos.
Finalmente, se retornó al repertorio francés (excelente el criterio programático de combinarlo con Prokofiev), incluyendo “Alborada del Gracioso” de Ravel y “El Mar” de Debussy. Aquí pudo verse cómodamente a Zuckermann en respetables versiones, aunque evidenciándose ciertas limitaciones propias de las orquestas sudamericanas (y quizás norteamericanas) respecto a enfrentar debidamente la música impresionista francesa (no es fácil abordar este tipo de repertorio, debido a aspectos estéticos y técnicos que en la práctica siguen siendo los franceses los más internalizados en cómo producir el debido sonido esfumado, que está más directamente asociado a lo “insinuado” que a lo “obvio”).
A pesar de ello, se logró un interesante grado de aproximación estilístico. Muy interesante el enfoque del segundo “boceto” (juego de olas), develando las ondulaciones propias de la imagen (de sustancia objetiva y su consecuente repercusión evocativa), con calibrados tempi y eficaces gradaciones dinámicas. Excelente cohesión grupal de los sinfónicos.
En suma, un concierto con notables obras, inteligentemente programado, muy bien dirigido por Ariel Zuckermann y un excepcional Alfredo Perl, elementos que discurrieron en perfecta y cautivante convergencia.
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