martes, 8 de abril de 2014
2º PROGRAMA FILARMÓNICO, CON TRIUNFO DE LO LOCAL
El segundo programa de la temporada de conciertos de la Orquesta Filarmónica de Santiago consultó una interesante gama de obras, con un estreno mundial más dos magníficas piezas del repertorio universal.
Originalmente confiado al titular de la orquesta, el ruso Konstantin Chudovsky, finalmente fue asignado al director residente de la misma, José Luis Domínguez. A su vez, este programa de alguna forma plantea la confirmación de una acertada política de incluir trabajos de compositores nacionales –en este caso, una obra comisionada por el Teatro Municipal de Santiago para la Filarmónica-, asimismo, repertorio conocido aunque no asiduo en el medio local, más otro periódicamente interpretado.
La función presenciada correspondió al día 18 de marzo, justamente coincidiendo con la primera presentación del estreno mundial de “Alto en el Desierto“, de Juan Manuel Quinteros (1982).
Conforme a lo expresado por el compositor, esta obra no se direcciona hacia la música puramente descriptiva, sino a la interioridad abstraída de la accidentabilidad geográfica, en este caso, de las alturas del Desierto de Atacama. Con una secuencia de tres micromovimientos o atmósferas (Manto contraste – Luces en el cielo – El baile de la arena), es posible apreciar una eficaz continuidad del material temático, servido de atractivos efectos tímbricos y rítmicos. Muy bien logrado el protagonismo asignado a la viola solista (con beneplácito se recibe una nueva obra que asigne un rol protagónico a un instrumento tan noble como la viola, tantas veces postergado…), que primordialmente aparece desde la segunda sección en adelante. El desempeño de la nutrida cantidad de músicos (amplia batería de percusión, piano, arpa y demás instrumentos propios de una sinfónica) se percibió comprometido, sin duda debidamente estimulado por la batuta, lo que ayudó a realzar más un hito tan relevante como es un estreno absoluto, máxime al tratarse de un trabajo de innegable solidez.
De Richard Strauss, de quien se conmemoran los 150 de su natalicio, se ofreció su Concierto para Oboe, obra de plena madurez y que denota una evolución estética casi radical respecto a las primeras (y grandes) épocas del compositor, volcándose a un directo neoclasicismo, y emparentado cronológicamente con obras sublimes como las “Cuatro Últimas Canciones” y su última ópera, “Capriccio”.
De exquisitas transparencias, este concierto requiere de un solista que posea consumada musicalidad e importante dominio técnico, para brindar debido entendimiento de una obra por sí compleja en su trama interna, como fundamental disponer de un director que logre entender la etérea atmósfera que la envuelve. En el caso de la oboísta Lillian Copeland, solista de la Filarmónica, abordó confusamente la obra (especialmente al inicio), a ratos con una limitada proyección sonora, más durezas generalizadas y poca ductilidad en los fraseos.
Al parecer existió cierta incomodidad, evidenciando tensión en la mayor parte de la obra, amén de una entrega definitivamente monocorde. El acompañamiento tampoco fue feliz, acusando desbalances reiterados al tapar muchas veces a la solista, y produciéndose una densidad de texturas lejos del idiomatismo straussiano.
Con la Tercera Sinfonía “Heroica” de L.V. Beethoven, finalizó este variado programa. Al respecto, considerando que la presente temporada consulta la interpretación de las nueve sinfonías beethovenianas, se estima no afortunado haber partido al revés, por cuanto la semana anterior justamente consideró la Novena, la última del genio de Bonn. Sobre la versión, no era la primera vez que se veía a José Luis Domínguez en la Heroica, recordándosele sólidas lecturas. En esta oportunidad optó por ciertos acentos que a la postre poco ayudaron a una mejor comprensión del discurso musical, con unas innecesarias libertades de tempo, dinámicas no necesariamente contextualizadas, más ciertos desarrollos en las secciones centrales de todos los movimientos, que tendieron a perder vigor interno respecto a logradas entradas y finales en los mismos. La respuesta de la orquesta se apreció en general atenta, destacándose el corno solista (Thiago Moreira) hacia el final del primer movimiento, y un deslumbrante Carlos Vera en el timbal, perfilándose como un solista de primer rango internacional.
Sin lugar a dudas, este segundo programa filarmónico quedó con algunas deudas, en cuanto a una solista que no demostró probablemente sus verdaderas capacidades, más un director de disparejo desempeño, quien, con un legítimo afán de “innovar”, no necesariamente tuvo debida correspondencia estilística. Sin embargo, existió gran fortaleza por un completo logro local, con un estreno “de clase mundial”.
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