martes, 8 de abril de 2014

ENALTECIDA DESOLACIÓN Y ALEGRÍA SUBLIMADA

El tercer programa de la temporada internacional de la Orquesta Sinfónica de Chile constituyó uno de los puntos más relevantes dentro de los últimos treinta y cinco años en la vida musical chilena. Y no podía menos, al consultar el estreno en Chile de una obra capital del siglo XX, como el Concierto para Viola del ruso Alfred Schnittke (1934-1998), sumándose en este lapso a inolvidables estrenos locales como “Pellèas et Mellisande” de Schönberg (Othmar Mága), la “Sinfonía Turangalila” (Juan Pablo Izquierdo), La Ascención (Michal Nesterowicz) y Chronochromie (Zsolt Nagy), de Messiaen, la “Sinfonía Lírica” de Zemlinsky (Francisco Rettig), la Sinfonía (1969) de Luciano Berio (Josep Vicent), las óperas “Peter Grimes” y “Billy Budd”, de Britten, más ”Diálogo de las Carmelitas”, de Poulanc, y una interesante variedad de estrenos de compositores nacionales, entre mucho por recordar. Schnittke, compositor prolífero, tiene un catálogo de obras de la más amplia gama de combinaciones, no extrañando su contribución para la escasa (e injusta) literatura violística. Compuesto en el verano de 1985 y dedicado a la leyenda viviente de la viola, el ruso Yuri Bashmet, no resulta extraño que, según indican autorizados musicólogos, la obra contenga códigos ocultos como la alusión al nombre del mismo Bashmet, en claves de una mezcla de notación en alemán y francés: B-A-Es-C-H-Mi, producto de su fuerte admiración y amistad con el violista. De carácter poliestilístico, este concierto constituye una evidencia testimonial de la coyuntura histórica que vivenció el compositor, traduciéndose en una profunda desolación y desesperanza. De rara orquestación, dispone de un orgánico que prescinde de los violines, aunque considerando un generoso contingente de percusión más una curiosa combinación de instrumentos como clavecín, celesta, piano y arpa, en buena parte para dibujar una atmósfera de absoluto oscurantismo. Para la ocasión se invitó al destacado violista chileno Roberto Díaz, de importante trayectoria internacional. Asimismo, se contó con la autorizada dirección del titular de la Sinfónica, Leonid Grin. Con descollante desempeño, Díaz demostró completo dominio de la obra, develando el lúgubre y desquiciado carácter de la misma desde las primeras notas. Impactante su exposición de los susurros iniciales del concierto (que no tiene preludio orquestal pleno, sino segmentado), que son una especie de leiv motiv de seis notas base para el desarrollo global, como su idiomático enfoque de los frenéticos arpegios iniciales del segundo movimiento, más una gran profundidad en la forma cómo abordó el monólogo inicial (momento clave del concierto) del tercer movimiento, junto a un desgarrador desarrollo hacia el final, denotando el completo pesimismo inserto. A su vez, impresionante el trabajo de Grin con sus músicos, coadyuvando plenamente al mejor entendimiento de una obra de fuertes complejidades. Sin duda, otro triunfo del trabajo desarrollado por Grin en sus primeras jornadas como titular de la Sinfónica de Chile. Como inteligente contrapunto, en la segunda parte del programa Grin dispuso de la siempre bienvenida Sinfonía Nº 9 (7) “La Grande” de Franz Schubert. De olímpico optimismo, esta inédita sinfonía (descubierta años después de la muerte del compositor), presenta un desarrollo formal atípico y de original estructura respecto a sus demás obras. De pocos contrastes -prevaleciendo más los momentos agitados que los de mayor remanso-, es dable abordarla con cierto carácter marcial y hasta fanfarrón, no obstante ineludible atisbar una evidente presencia del Schubert esencial, plasmado en su delicada música de cámara y en especial en sus lieder (sección lenta del segundo movimiento). Y justamente, radicado en este último elemento, fue el gran acierto plasmado por Leonid Grin en su versión. Lejos de toda superficialidad, Grin se hizo eco de los elementos más interiores y poéticos de Schubert, traducidos en cálidas texturas, excelentes balances en todas las familias instrumentales y completa inteligencia en la elección de tempi, según los diferentes requerimientos de carácter y estilo. No obstante el verosímil enfoque de la batuta, no siempre hubo plena correspondencia de los músicos, observándose algunos desajustes en las maderas y ante todo en los trombones (con afinación irregular y de pálida proyección sonora), aunque logros inequívocos en los cornos (excelente desempeño de Jaime Ibáñez como solista al comienzo de la obra) como una cuerda robusta y de completo ensamble. En suma, un programa de inteligentes contrastes, transitados desde la desolación más honda hasta la alegría más sublime, y servido con versiones de memorable recuerdo.

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