martes, 7 de julio de 2015

MADAMA BUTTERFLY EN EL MUNICIPAL: DISIMILES RESULTADOS

Luego de ocho años de ausencia en el Teatro Municipal de Santiago, retornó Madama de Butterfly, de Giacomo Puccini. Con tan sólo anunciar este título pucciniano, es esperable una masiva concurrencia de público, situación evidenciada con llenos totales en cada función de abono más las adicionales. Referentes de M. Butterfly, en el decano de los coliseos artísticos de Chile, son potentes a lo largo de las últimas décadas, como la versión de 1968 con Raina Kabaivanska, 1977 con Gilda Cruz-Romo, 1985 con Renata Scotto, 1990 con Yoko Watanabe, y las de 2001 y 2007 en la aclamada producción de Keita Asari. Y la presente producción estuvo firmada en su totalidad (regie, escenografía, vestuario e iluminación) por el reconocido Hugo de Ana, con importantes colaboraciones previas para el Municipal. Después de la extraordinaria puesta de Keita Asari, no resulta fácil abrirse a otras propuestas, no obstante la solvencia de Hugo de Ana, cuyos resultados son motivos de admiración o viscerales rechazos. Y afortunadamente en esta producción de M. Butterfly, quiérase o no, genera amplias perspectivas de análisis. De hecho, interesante constituyó abstraer la acción posterior a la II Guerra Mundial, elemento en sí interesante; asimismo, su comprometida labor como director de escena se tradujo en una empática caracterización de cada personaje, disponiendo de una batería de recursos del teatro occidental más interesantes inclusiones de Teatro Noh y Kabuki, como una forma de contraste entre las culturas, y consecuentemente una eficaz comprensión psicológica de cada personaje. Sin embargo, en momentos hubo exceso de elementos que confundieron el discurso dramático, y con umbrales de lo panfletario (reiterada presencia -con diversas variantes- de la bandera norteamericana, casi en clave de mofa…) y lo absurdo (inadmisible haber reemplazado los pétalos de flores al final del segundo acto por unos ridículos plumeros, como el abultado despliegue visual a lo largo del coro “a bocca chiusa”, que no necesita aditivos…). En consecuencia, ante la extraordinaria correlación músico-teatral de Puccini, Illica y Giacosa, no es necesario abusar de lecturas alternativas que terminen desdibujando la trama interna de la obra. Sin embargo, es menester rescatar la fuerte apuesta por un enfoque de “obra de arte total” –casi wagneriano-, plasmado en una acertada síntesis músico-dramática-visual, como bien se apreció en un momento tan estratégico cual es el entrañable intermezzo, donde se dispuso del desfile de todos los personajes intervinientes en señal de resumen argumental. Musicalmente, los resultados fueron dispares entre ambos elencos. De hecho, el primero acusó falencias principalmente radicadas en la dirección musical de Konstantin Chudovsky, quien no ofreció una lectura idiomáticamente certera (no es fácil dirigir Puccini, por su compleja estilística que provee una atractiva simbiosis entre lo peninsular (en lo melódico y expresivo) y lo galo (con exquisito tratamiento de las texturas tímbricas instrumentales), lo que amerita debida especialización. Sin embargo, fue en general colaborador con los cantantes, especialmente a partir del segundo acto. Y por mucho mejor carril transcurrió musicalmente el segundo elenco, a cargo de José Luis Domínguez, quien sí recreó la debida atmósfera pucciniana, y con excelente respuesta de la Filarmónica de Santiago. De los cantantes, la estadounidense Keri Alkema compuso una Cio-Cio San (primer elenco) en ascendente curva, al evidenciar inicialmente sinuosidades estilísticas y técnicas en casi todo el primer acto (línea de canto irregular (momentos poco audibles) y escasez de las características ornamentaciones puccinianas, y en general un denso espesor vocal conforme el requerimiento escénico en tal segmento). Felizmente, desde el segundo acto se la pudo apreciar más cómoda y en correcta sintonía al psyche du rol, brindando la esperada emotividad exigida. Sin embargo, la española Carmen Solís -de ascendente carrera- fue la gran revelación de ambos elencos, ofreciendo una Cio- Cio San de grandes sutilezas interpretativas, y no apelando a artificios que desfiguraran la esencia del personaje. Poseedora de una magnífica línea de canto, transitó cómodamente dentro de un amplio arco dinámico, con agudos y medias voces totalmente resueltos, no obstante cierta incomodidad en los graves. Sin embargo, su consumada musicalidad y hondo sentido del drama, la hacen merecedora de altos bonos por esta interpretación de Madama Butterfly. Sin duda, una cantante que necesariamente debe ser fichada para futuras temporadas. El resto del elenco se completó con un -aún- inadecuado Zach Borichevsky como Pinkerton, al no cumplir con las expectativas respecto a su excelente participación en Romeo y Julieta (Gounod) hace 2 años, no acomodándose del todo a los requerimientos del rol, tanto por su caudal no homogéneamente proyectado (que debió haberse trabajado con más pericia por parte de la batuta) como una falta de madurez interpretativa. Totalmente adecuado estuvo Gonzalo Tomckowiack en el segundo elenco. El rol de Suzuki tuvo dos magníficas interpretaciones con la rumana Cornelia Onciou (especialmente como notable actriz) y Evelyn Ramírez, quien sigue cosechando importantes logros. Como Sharpless se contó en el primer elenco con Trevor Scheunemann, de condiciones vocales interesantes aunque aún con cierta distancia en el rol; mientras que el chileno Javier Arrey, tanto en lo vocal como en la psicología del personaje, constituyó todo un triunfo. Y muy bien estuvieron Gonzalo Araya como Goro, Pablo Oyanedel como el Príncipe Yamadori y Marcela González como Kate Pinkerton.

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