jueves, 13 de agosto de 2015

SOLIDO ESTRENO DE “LA CARRERA DE UN LIBERTINO”

Entre los días 20 y 28 de julio, en el Teatro Municipal de Santiago, se llevó a cabo el estreno en Chile de la ópera “La Carrera de un Libertino”, de Igor Stravinsky. La actual temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago sin lugar a dudas ha incurrido en ciertos riesgos programáticos, lo que obliga ponderar (y sincerar) hasta qué punto es conveniente incurrir en ellos, considerando el errático comportamiento del público. Como premisa, se entiende fundamental la consolidación gradual hacia un incremento de nuevos repertorios, balanceando, empero, los beneficios y costos en todo orden. En ese marco, los últimos 25 años han considerado estrenos operísticos fundamentales, como el Anillo de los Nibelungos wagneriano, óperas de Berg, Britten, Janacek y otros, generalmente con amplio beneplácito del público, lo que ha motivado continuar la inversión en tal sentido, no obstante, con entero realismo, partiendo del presupuesto de una debida evaluación de los inevitables superávit y déficit globales. Esto, debido a que no se apreció (en las funciones de estreno de ambos elencos) una concurrencia conforme a la envergadura de lo ofrecido. Así, precedida de un título tan popular como Madama Butterfly (llenos totales), y antes el estreno continental de Rusalka, llega al coliseo capitalino el estreno local de esta magnífica ópera stravinskiana. De una aparente regresividad, en realidad, la neoclásica estética suscrita por Stravinsky en buena parte de sus últimas etapas creativas, a la postre no es sino un reconocimiento hacia los grandes maestros del pasado, y que genial y explícitamente los incorpora en obras emblemáticas como Pulcinella, Apollon Musagète y Perséphone. Igualmente esto se da en La Carrera de un Libertino (TheRake’sProgress), donde explícitamente se incluyen estructuras clásicas de la ópera mozarteana. El tratamiento vocal como las texturas instrumentales, en apariencia, están lejos de cierta vanguardia, cuando en realidad el foco de atención del compositor es dar una cátedra de vanguardia sobre la base de su explícito reconocimiento a la tradición, como camino de proyección. Con una importante puesta en escena –al umbral de lo magistral- llega La Carrera… al Municipal, firmada por un equipo liderado por el argentino Marcelo Lombardero en la régie, junto a Diego Siliano (escenografía), Luciana Gutman (vestuario), José Luis Fiorrucio (iluminación) y Edymar Acevedo (coreografía). Notable cómo Lombardero entiende a cabalidad la obra, pudiendo desplegar con total libertad una mirada más allá de toda convencionalidad temporal y espacial, brindando una puesta coherente, hilada (de por sí, es una obra fragmentada y que requiere de un buen director escénico) y de notables soluciones teatrales, propia del siglo veintiuno. Musicalmente se dio una magistral concertación del inglés David Syrus, de unitaria visión y con una atenta respuesta de la Filarmónica (magnífico trabajo en las texturas instrumentales, especialmente en la cuerda), amén de una excelente comunicación entre foso y palco escénico, mientras que José Luis Domínguez (segundo elenco), quizás se le apreció más distante en lo dramático, optando más por una respetuosa marcación. En lo vocal, importante desempeño global tuvo Jonathan Boyd como Tom Rackwell (primer elenco), lo mismo el argentino Santiago Bürgi (segundo elenco). Como Nick Shadow, definitivamente distante se apreció a Wayne Tigges (primer elenco), con una voz inadecuada para el rol (muy liviana) amén de una visión en exceso medida (casi cicatera en lo expresivo…), considerando que personifica al demonio, mientras que Homero Pérez-Miranda (segundo elenco), brindó todo lo esperable para el personaje, y sin duda de lo mejor que se le ha visto. En el rol de Anne, se tuvo a una profesional Anita Watson (primer elenco), aunque con una proyección vocal a ratos errática, mientras que Catalina Bertucci (segundo elenco), se la percibió con mejor y notable perfil del rol, como una seguridad abismante en su línea de canto. En el caso de Baba la Turca, el desempeño de Emma Carrington fue efectivo en actuación, pero vocalmente insuficiente, por su limitado caudal aunque de homogéneo timbre; por su parte, Evelyn Ramírez (segundo elenco), simplemente deslumbrante en todo orden (además, en ambos elencos, sirvió como una notable Mother Goose). Y Pedro Espinoza como Sellem, el subastador, de perfecto cometido. En suma, un sólido estreno local, el cual, no obstante lo acertado de su inclusión como importante aporte musical, obliga seguir evaluando aún con mayor realismo el planteamiento de la justa ecuación entre inversión y beneficio global.

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