jueves, 30 de junio de 2016
“UNA GALA CON ALTIBAJOS”
En su tercer año de funcionamiento, el CA 660 de la Fundación Corpartes ha contemplado nuevamente la presencia de la Orquesta Sinfónica de Chile en su temporada oficial.
La colaboración de esta agrupación -la decana orquestal del país- para Corpartes ha sido de relevancia, al punto de encomendársele hace dos años la inauguración de la formidable sala del CA 660, sin duda la de mejor acústica de Santiago. Felizmente, se ha continuado la alianza entre ambas instituciones, habiéndose ofrecido relevantes programas con obras fundamentales de la literatura sinfónica ausentes por décadas y otras en carácter de estreno, junto a batutas y solistas de relevancia internacional.
Inexplicablemente este año, la presencia de la decana se ha restringido a 3 presentaciones de menor jerarquía programática, centradas en 2 galas líricas más un concierto temático de no mayor rango… , traduciéndose en una subutilización de un patrimonio cultural relevante cual es la Orquesta Sinfónica de Chile para presentarse en una sala de privilegiadas condiciones acústicas, a diferencia de su propia casa -el Teatro de la Universidad de Chile-, de inmisericordes condiciones...
En todo caso, se aclara no estar en contra de presentaciones con formato de galas líricas, como el caso de la presentación que se comenta. Al contrario, es de completo encomio que se brinden oportunidades a cantantes (principalmente nacionales) para que actúen con orquestas institucionales y de tradición, como una forma de desarrollo profesional. Y a su vez, en el caso de la Sinfónica de Chile, es positivo que amplíe su repertorio habitual en pos de una mayor ductilidad, máxime para un ámbito (lírico) que atrae buenas audiencias, incrementando a su vez la cobertura del público objetivo de la misma orquesta.
En todo caso, de alguna forma este año debió haberse equilibrado mejor el tipo de repertorio ofrecido en el CA 660, dado los importantes referentes previos, esperando a futuro la misma Sinfónica vuelva a ofrecer programas de relevancia como los presenciados en las temporadas anteriores de Corpartes.
Con un repertorio esencialmente de ópera italiana con arias, duos y extractos orquestales, se alaba la inclusión de dos de los mejores cantantes chilenos en su cuerda, como el tenor José Azócar y el barítono Patricio Sabaté, ambos multipremiados en diversos círculos especializados. Adicionalmente, la presencia de un director debutante como el israelita Yair Samet, de interesante currículum, en principio constituían una favorable expectativa.
Sin embargo, hubo falencias inexcusables en la elección del programa, como haber repetido (innecesariamente) algunas piezas orquestales ya ofrecidas en enero y otras excesivamente hechas en recientes temporadas, habiéndose esperado recurrir a piezas menos frecuentadas, para darle más atractivo a la propuesta musical. Pero ante todo las debilidades se focalizaron principalmente en la elección del repertorio del barítono. De hecho, haber comenzado con el aria Cortigliani, vil razza donnata, de la ópera Rigoletto, y más adelante en el duo Dio che nell´alma infondere, de la ópera Don Carlos de Verdi, constituyeron desaciertos mayúsculos, dado que Patricio Sabaté es un barítono esencialmente lírico e ideal para repertorios mozarteanos, belcantistas y barroco, asimismo avezado liederista (sus incursiones en las canciones mahlerianas le han merecido premios). En esta gala justamente escogió lo menos indicado para su voz, desfavoreciéndole en las arias más acordes, de las que se suponía debía estar más cómodo (errática emisión en Largo al factótum, de El Barbero de Sevilla, apelando más a recursos histriónicos que intrínsecamente musicales, lo mismo en la canción del toreador, de la ópera Carmen). Mejor se le percibió en el duo In un coupé, de La Boheme.
En el caso de José Azócar, se le vio cómodo en casi todo el repertorio abordado, considerando hoy es un tenor que ha evolucionado de lírico spinto a casi dramático, al tener mayores obscuridades que lo hacen abordar cómodamente roles como Otello (Premio del Círculo de Críticos). De esta forma, debe observársele el riesgo de seguir abordando el rol de Rodolfo, en La Boheme, que es de menor densidad y derechamente para un lírico-spinto, acusándole dificultades en el resultado del duo antes mencionado.
El trabajo de concertación de Yair Samet se percibió de completo oficio, no obstante ciertos ripios en algunas de las partes orquestales. Su mayor fortaleza se dio en el acompañamiento de los cantantes (excelente lo obtenido en texturas y colores instrumentales en Puccini (E lucevan le stelle, de Tosca, y en el duo de La Boheme)) como un extraordinario enfoque en piezas como el entrañable Intermezzo de Cavalleria Rusticana, de lograda profundidad, y en el Preludio al 1er acto de La Traviata (error en el programa de mano, mencionándola como “Obertura”…). Como debilidades, no hubo buen enfoque en las oberturas rossianas de La Urraca Ladrona y Barbero de Sevilla (que pudieron ser otras del genio de Pesaro, urgiendo mayor renovación…), descuidándose aspectos estilísticos, optando por sonoridades ampulosas y desbalanceadas, afectándose la claridad del discurso musical. Igualmente, sería conveniente volverlo a ver en otros repertorios.
En suma, una presentación con cuentas por saldar, básicamente por una renovada elección de repertorio y que sea ciento por ciento ad-hoc para las voces disponibles; asimismo, un replanteo de la colaboración de la Orquesta Sinfónica de Chile para Corpartes, urgiendo se vuelva a los exitosos estándares programáticos previos.
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