miércoles, 15 de noviembre de 2017

“UN CICLO DE PARCIALES LOGROS”

• Con resultados artísticamente variables, más una débil asistencia de público predominó en el ciclo “Luz, movimiento, voz y orquesta“, en el CA 660. Si bien el primer programa del ciclo “Luz, movimiento, voz y orquesta“ tuvo magníficos resultados artísticos, lamentablemente no hubo correspondencia de buena asistencia de público conforme la jerarquía de lo ofrecido, lo que se consignó en un comentario previo, instando a reforzar la promoción del mismo. El mismo resultado de público se dio en el segundo programa, aunque notoriamente mejorado en el último, evidenciando falencias comunicacionales globales y obligando a re-plantear programáticamente una mejor disposición de las obras menos conocidas con aquellas que generan mayor convocatoria. Habiendo presenciado el ciclo en su integridad, a la postre no resultó ser orgánicamente coherente, a pesar de haber contemplado obras en sí mismas muy necesarias de hacerse, y de ahí el interés de concurrir a todos los programas. Pero hubo otras que simplemente no revistieron interés, amén de una inadecuada disposición en relación al resto, confundiéndose el genuino sentido del contraste con incoherentes variedades. Conciertos misceláneos, inteligentemente dispuestos, son atractivos, siempre y cuando exista rigor estético inherente. A pesar del carisma infundido por el director español Josep Vicent, los resultados junto a la Sinfónica de Chile en las dos últimas jornadas evidenciaron sinuosidades, con erráticos enfoques musicales más desparejos desempeños de la decana sinfónica nacional. El segundo programa contempló el estreno de la Segunda Sinfonía del británico Michael Nyman (1944), compositor de asidua colaboración para el cine, asimismo con un amplio catálogo de obras en diversos formatos. De directa suscripción al minimalismo musical, esta obra es parte de una colección de piezas previas organizadas en formato de sinfonía. De excesiva duración y con un inentendible sentido del contraste, la obra no cobra mayor interés al no disponer de un material discursivo de atractivos desarrollos. Josep Vicent, comprometido difusor de las obras de Nyman, obtuvo ajuste de la decana, aunque costó apreciar debidas diferenciaciones de planos sonoros, y consecuentemente de monocorde resultado. Posteriormente se presenció el estreno de “Invocation”, para cello y orquesta, del también británico Gustav Holst (1874-1934). Esta obra, de no más de 12 minutos de duración, es de entrañable lirismo, directo encanto y colorística en su orquestación. Como efectivo solista, el francés Emmanuel Bleuse, de cálido y envolvente sonido, brindó profundidad interpretativa. Buen acompañamiento de Vicent junto a la decana. Sin embargo, resulta inconveniente desaprovechar la visita de un solista del hemisferio norte para una obra tan corta y de pocas complejidades técnicas. Mejor hubiera sido agregar otra pieza para cello y orquesta de corta duración, y no haber prodigado casi 30 minutos a la sinfonía de Nyman… . Con “Petroushka”, de Igor Stravinsky, culminó el segundo programa. En rigor, se ofreció la versión de 1948, que no recrea todo el ballet, pero sí la mayor parte. Usualmente en conciertos se hace la versión íntegra, que se enriquece justamente por la profundidad del final, de fantasmal carácter. La interpretación de Josep Vicent enfatizó más lo rítmico que lo colorístico. La respuesta de la orquesta se percibió globalmente desarmada, ante las confusas indicaciones de la batuta, aunque de excelentes logros solísticos (función del día 5 de septiembre). El último programa (función del día 12 de septiembre), fue de curiosas originalidades aunque de claras incoherencias. Por lo tanto, debiera ponderarse desde la óptica de un “variopinto espectáculo” por sobre debido rigor estético, en parte al darse un enfoque de separados contextos (se dispuso de dos intermedios), quizás para darle sentido a cada obra como un universo en sí mismo y sin mediar orgánica relación con las demás… . Ergo, una muy peculiar visión… . Interesante fue comenzar con el “Bolero” de M. Ravel, lo que no es habitual. Pero injustificado haber hecho una pausa de 15 minutos para dar paso a Rhapsody in Blue de G. Gershwin, y finalmente esperar otros 20 minutos para la última obra, el estreno del “Prometeo, Poema del Fuego”, de Alexander Scriabin. En el caso del Bolero, Vicent le imprimió un enfoque de calibradas y sugerentes sutilezas al comienzo -con delicados pianos y buen sentido del color-, pero al último tercio inadecuadamente privilegió tempi apurados que afectaron la claridad expositiva (transparencia) de las familias instrumentales. En Rhapsody in Blue, se contó con la participación del pianista español Ricardo Descalzo. De enfoque no del todo idiomático, Descalzo saca adelante la obra con académica objetividad por sobre el auténtico sentido jazzístico esperado, optando (y abusando) de tempi excesivamente lentos, y no obteniendo un sonido brillante y debidamente proyectado del instrumento, no obstante una coherente hilvanación de las ideas musicales. El complemento de Vicent no discurrió por mejor carril, acusando abrumadora pesadez sonora y carencia de estilo (innecesario haber dispuesto un excesivo contingente de músicos para una obra que en sí funciona mejor en orgánicos más reducidos), no ayudando al solista, y cubriéndolo reiteradamente al no brindarle debido balance. Aunque imposible encontrar relación con la obra de Gershwin, finalmente el esperado estreno del “Prometeo, Poema del Fuego”. Aquí pudo verse a Josep Vicent más cómodo (como en El Divino Poema scriabiniano, del primer programa), ofreciéndose una coherente versión. Quizás, a ratos, hubo una ansiosa e innecesaria rapidez de tempi que no ayudó a develar mayor profundidad de la compleja trama interna. Muy buena participación de Alexandros Jusakos como solista en piano (en reemplazo de Luis Alberto Latorre, y que no fue consignado en el programa de mano ni tampoco anunciado al público…). Igualmente, buena participación de la Camerata Vocal de la Universidad de Chile. La proyección de luces contemplada por Scriabin (originalmente para un clavier a lumieres, teclado de luces) fue más decorativa que inmanente, no existiendo plena coherencia con el discurso musical. Mejor no haber dispuesto de tales proyecciones, o bien haber optado por una “puesta en escena” de menores pretenciones, como tocar a media luz (como se hizo) con alguna discreta proyección lumínica, pero de mejor sentido atmosférico. Lamentable e innecesariamente, después de la profundidad del Prometeo…, Vicent decidió repetir la última sección del Bolero…. , quizás pensando en el espectáculo por sobre lo intrínsecamente artístico. Y ante la receptividad del público, se ofreció como segundo encore “Serenity” del noruego Ola Gjeilo, pieza para coro acompañado de un cello, de ascético carácter, ayudando a compensar el extemporáneo extracto bolerístico-raveliano anterior. En suma, un ciclo que necesariamente había que estar presente, por la originalidad de la mayor parte de las obras, no obstante haberse requerido mayor rigurosidad estética en su organicidad, y de resultados con parciales logros.

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